"Cuando el público paga no puedes salir ahí bostezando: tienes que dar el alma"
MUCHACHITO BOMBO INFIERNO | Músico
El catalán visita este mes varias ciudades andaluzas para presentar 'Historias de ser Muchacho', en las que vuelve al origen
"La música", asegura, "es como una pareja que te reclama mucho"
"Cada concierto es la culminación de un sueño"
Tras años de gira, cervezas y escenarios que huelen a madera vieja, Muchachito Bombo Infierno -nacido Jairo Perera en Santa Coloma de Gramanet en 1975- vuelve al sur con Historias de ser Muchacho para recordar por qué la música es "una pareja que reclama mucho". En esta charla íntima habla de sus maestros -Kiko Veneno, Silvio, Peret-, de canciones que ganan significado con los años y de por qué prefiere "sudar la camiseta en un garito" antes que venderse al espectáculo vacío. Con nuevo disco en perenne perspectiva y el alma intacta, sigue siendo ese "perdedor feliz" que nunca olvidó el olor a salitre de los bares del subsuelo.
Pregunta.-La gira de Historias de ser Muchacho le trae a la sala Supra de Sevilla el día 24, pero durante la semana anterior hace paradas en Granada (día 16 en Aliatar), Almería (día 17 en el Murmura Festival) y Málaga (día 23 en La Trinchera). ¿Cómo se vive una gira cuando se pisa tanto sur?
Respuesta.-Vengo con muchas ganas, porque hacía tiempo que no pasaba por aquí. Las últimas veces solo había venido para dar algún concierto suelto y poder estar varios días, la verdad es que es un gustazo. Hay ciudades en Andalucía en las que, cuando llego, el tiempo cambia para mí. Estoy acostumbrado a otro ritmo, más acelerado, típico de ciudades grandes o más caóticas, y al final uno se adapta a esa dinámica. Por eso, un rato en Jerez siempre sienta bien. Cuando llevas un tiempo con la rutina alemana, un poco de Jerez te devuelve el cuerpo y el alma.
P.-¿Qué tienen de especial estas Historias de ser Muchacho?
R.-Estoy volviendo mucho a la raíz, a una vertiente más rockera, aunque sin dejar de lado los instrumentos de madera, que nos han acompañado toda la vida. Es una forma de reencontrarme con el origen, de recordar de dónde saqué el nombre y de agradecer la suerte que he tenido; a día de hoy sigo tocando y sigo usando el mismo nombre. He tenido la suerte de contar con gente que me tiene mucho cariño, de crecer con mi equipo, de trabajar con muchas de las mismas personas desde el principio. Algunos se han ido, otros están en nuevos proyectos y otros, directamente, han dejado la música. La vida trae responsabilidades y no todo el mundo aguanta este ritmo. No tenemos muchos días libres, no pasamos mucho tiempo en una misma ciudad y eso cansa. Al final, la música es como una pareja que te reclama mucho. El arte en general, o los proyectos personales que son como tu hijo, requieren verdad, constancia y mucho alimento emocional.
P.-Habla de la música como una pareja que le reclama mucho, como un hijo que necesita verdad y alimento emocional. ¿Le pasó algo así con El club del paro y la canción que compuso para la película? ¿Qué le removió tanto como para acabar haciendo un disco entero a partir de ese encargo?
R.-Es verdad que el año pasado saqué el disco Qué puede salir mal, a raíz de la película El club del paro, de David Marqués. Él me pidió en el 2021 que hiciera la canción principal y al principio me dio miedo. Me salía completamente de mi zona de confort y no sabía si iba a estar a la altura, si lograría reflejar bien el espíritu de la película. Le dije que no varias veces, pero fue muy insistente y le estoy muy agradecido por eso. Él lo tenía clarísimo, incluso más claro que yo. Recuerdo que me dijo algo que me tocó: Jairo, son cuatro amigos que ni siquiera saben por qué siguen siendo amigos. Son muy distintos, pero se juntan y tratan de arreglar su futuro a base de conversaciones a golpe limpio en un bar. Y eso me recordó mucho a mí mismo en Santa Coloma durante la pandemia. Allí no tengo ningún amigo que se dedique a la música. Todos trabajan en otras cosas. De hecho, llegamos a prohibir hablar de trabajo en la mesa, y al final dijimos: Vamos a dejar esto fuera, no más temas de trabajo cuando comamos. Si alguien sacaba el tema, cambiábamos rápidamente, porque, además, uno de mis amigos es enterrador.
P.-Sé que viene con nuevo formato, acompañado por Gerard Mases, Lere, al contrabajo. ¿Trae más banda?
R.-Lere es vital y vengo solo con él, porque fue con quien empezamos este proyecto en 2002. Él fue el primer bajista de Bombo Infierno y estuvo hasta 2013, así que llevamos muchos años juntos. Después, Lere se convirtió en un hombre orquesta con su proyecto Red Rombo, dedicándose a grabar y desarrollar sus propias ideas. Ahora volver a juntarnos es especial, porque para mí Lere es como mi casa. Además, los dos venimos de una cultura muy rockabilly que nos influye mucho, así que jugamos a mezclar nuestras canciones con acentos rumberos, aunque la base siempre es el sonido anglosajón. Lo bueno de trabajar con él es que, tras años de ser cada uno un hombre orquesta, ahora somos dos en el escenario, lo que hace del concierto un reto creativo porque lo armamos todo con nuestros arreglos. Es un gran compañero, y después de 20 años de conocernos, cada show es distinto, aunque toquemos las mismas canciones, pero nunca en el mismo orden.
P.-Sobre eso le iba a preguntar ahora. ¿Adapta de alguna manera el show de Historias de ser Muchacho según el lugar o la ciudad donde lo lleve?
R.-En realidad no, pero al no seguir nunca el mismo orden, si nos piden alguna canción de más la añadimos en el momento. Tenemos claro que nuestro trabajo es que la gente olvide sus problemas durante dos horas; no vamos a solucionarlos, eso lo sabemos, pero nos debemos a ese propósito. Hoy cuando la gente paga por un espectáculo, no puedes salir ahí bostezando; tienes que dar el alma, sudar hasta el último hilo de la ropa. El público lo nota al instante, aunque hoy muchos artistas lo llevan todo grabado y llenan estadios. Pero para mí siempre hubo diferencia entre el negocio y el oficio; lo mío es rescatar ese arte de conectar, de hacer reír, de regalar alegría. Con Lere es fácil porque es un enfermo musical, no para de tocar, nuestros ensayos pueden durar ocho horas seguidas, pero ese entrenamiento es de un valor inestimable. Él me apoya cuando cuento anécdotas sobre las canciones o los nombres, siempre de forma improvisada. Quien venga un día no oirá los mismos chistes ni el mismo orden, y eso nos mantiene vivos. Al principio, con la banda de diez músicos, intentaba seguir la lista, pero siempre me saltaba canciones. Entre el sudor, la interacción y mi mala vista, acababa arrancando por donde me daba la gana. Al final descubrimos que era mejor así; en teatros empezamos tranquilos, en salas de rock entramos a machetazo limpio. Es como ser DJs, leyendo la energía de la gente. Esa flexibilidad viene de mis años en bares, donde aprendí a manejar los errores que ahora son nuestra esencia. Lo más surrealista es que seguimos usando los mismos instrumentos malos de hace 28 años, cuando empezamos este proyecto. Hemos tenido suerte de encontrar nuestro hueco en este mundo del arte y hasta hay quien aprende español con nuestras canciones; fíjese, ¡yo que hablo fatal todos los idiomas que intento! Lo más inesperado es ver cómo nuestras letras las usan muchas veces con chicos autistas, lo que me enorgullece, o cómo algunos fans son pesadísimos y tengo más fotos con ellos que con mi padre. Esas conexiones dan un sentido nuevo a todo esto, y por eso hay que atender a cada persona con la misma pasión e ilusión que ponemos en el escenario.
Cuando encuentro a alguien por ahí arriba que sabe quién es Silvio, automáticamente le subo el sueldo moral"
P.-En Sevilla tenemos también un personaje como usted, un catalán fino, Kiko Veneno, con el que se asocia en G-5. ¿Lo va a invitar al concierto de Sevilla?
R.-A los conciertos de Ser Muchacho no invito a los amigos, pero el que viene, pilla. Kiko es un tipo espléndido, pero soy consciente, a veces más que él mismo, de que tiene pocos días libres y no le llamo, aunque le digo a usted que está en plena forma. Para nosotros es un honor tocar con él; aparte de ser nuestro amigo, es un maestro en toda regla y una de mis mayores influencias musicales. De hecho, cuando conocí a Los Delincuentes, les contaba que mi nombre viene de una canción de Kiko Veneno, pero no de La muchachita, sino de El mejicano, que era como él interpretaba el Juan Charrasqueado de Pata Negra. Nosotros hacíamos una versión en Trimelón y la llamábamos El muchachito, y yo escenificaba ese personaje. Al final, el personaje se me quedó pegado para siempre.
P.-Incidiendo en Sevilla, sé que usted es de las pocas personas de fuera de aquí que conoce y reivindica a Silvio. ¿Cómo es eso?
R.-Es que yo flipé con Silvio. Me parece una putada que no se le conozca fuera de Andalucía. Cuando encuentro a alguien por ahí arriba que sabe quién es, automáticamente le subo el sueldo moral, porque esa persona ya tiene otra mirada cultural. Silvio era un personaje necesario en Sevilla; su surrealismo, esa actitud rockera, todo lo que sembró. Y ese talante. Como el Gato Pérez en Barcelona; gente brutal que no todo el mundo tiene fichada, pero que fueron claves para su tierra. El Gato, allá en Cataluña, es el rumbero más infravalorado, pero revolucionó la rumba con letras sociales y nueva instrumentación. Silvio era un Robin Hood de los barrios, y me emociona que tenga una calle en Sevilla. Eso compensa que no se le valore fuera. Esas cosas son las que te hacen querer a una ciudad; personajes que son ternura de sus barrios, que le dan alma a las calles. Yo lo reivindico a gritos. Además, escucho sus canciones y me pregunto cómo pudo meter ahí esa frase. Y no puedo evitar sonreír.
P.-Lo que me ha contado sobre El mejicano de Kiko Veneno, que era un perdedor, eternamente enamorado, pero que, a diferencia del Juan Charrasqueado de Pata Negra, no muere, sino que es un superviviente, ¿era una declaración de intenciones para su futuro musical?
R.-En su momento no. En aquella época era puro cachondeo. Me ponía el sombrero mexicano, salía con la guitarra y una botella de tequila en la mano. Si el público no se acercaba al escenario, acababan arrimándose cuando empezaba a repartir tragos a diestro y siniestro. Íbamos con dos colegas míos, el Metal y el Rosca, de Santa Coloma, que llevaban unas mazas en forma de machetes, que las pasaban entre el público, y yo ahí, haciendo el borracho, esquivando los machetazos... ¡Nunca me cortaron, tío! Éramos unos críos, a veces ni fingía; llegaba ya con un pedo monumental. No fui consciente de por qué elegí una canción y no la otra, pero es que me flipaba la del Kiko. Habla del perdedor, no del galán; del tontorrón que sobrevive a pesar de todo. ¡Ese cabrón acaba vivo! Dice: sé que tengo que morirme, pero ya me moriré. En su momento no lo vi, pero ahora sé que fue una declaración de intenciones. Fue una carambola, una canción mexicana que descubrí por Pata Negra y que me reventó la cabeza. Pero luego llegó El pueblo guapeao de Veneno, donde venía la versión, que era un disco que tenía un sonido de los más difíciles de los 80.
P.-Pata Negra y Kiko Veneno; se forjó usted entre dioses.
R.-Tuve la suerte de vivir una experiencia que no salió en ningún sitio y que para mí se queda, que fue actuar en la tele y encontrarme ahí a Javier Mas, el que tocó el archilaúd para Leonard Cohen, que me contó historias privadas de Kiko y Raimundo con un cariño inmenso. Iba con los Reyes Magos de la música: Kiko, Raimundo y Peret... ¡Y a mí me pusieron en medio! Yo decía: Tío, no me jodas, méteme en un lado, pero nada. Llevábamos nueve horas en el plató esperando a que Peret tocara una canción; hasta vino una enfermera a ponerle una inyección, y querían que tocara más. ¿Cómo le discutes a Peret cuántas canciones toca? Cuando salió al escenario, todo el mundo se levantó. Ver cómo Kiko y Raimundo lo trataban con ese respeto... eso no tiene precio. La música es de los pocos sitios donde se sigue venerando a los mayores, aunque patinen. Tocamos Palabras para Julia, que la habíamos empezado a hacer en los lavabos. Kiko con la guitarra, Raimundo punteando, Javier Mas con el archilaúd y Peret haciendo percusión en la guitarra y un quejío por debajo que te ponía los pelos de punta. Yo me quedé paralizado: ¿Qué hago aquí tocando dos acordes frente a mis Power Rangers de la música? Me callé y me empapé de ese momento. Con los mayores siempre me pasa que prefiero escuchar a participar. Como con los Amaya. Para mí, Delfín es nuestro Chuck Berry. Fíjese cómo empieza Caramelos; es una simulación del Johnny B. Goode pero en los bordones. Una vez les pregunté: ¿Os acordáis de El bueno, el feo y el malo? ¡Y se lanzaron a tocarla! Veías sus caras de niños disfrutando y tú te convertías en uno. Con Peret pasaba igual. Aún recuerdo cuando, ya mayor, salió a las cuatro de la mañana en el Viña Rock. ¿Quién coño toca a esa hora frente a esos salvajes? Pues él, ni corto ni perezoso, pegó un pepinazo. Arte puro, más tablas que un transatlántico. Estar en un escenario y reírnos con él fue un privilegio. Esas cosas son las que no se olvidan.
El arte en general, o los proyectos personales, requieren verdad, constancia y mucho alimento emocional"
P.-Canciones como El club del paro, El bailarín nocturno, ¿Qué puede salir mal?, son historias de perdedores. ¿Cómo es su proceso de composición? ¿Suele escribir desde vivencias personales o prefiere crear personajes?
R.-Hago las dos cosas. A veces las canciones más ñoñas son las personales. Al principio las hacía, ¿quién no le ha dedicado una canción a alguien que le parte el alma?, pero con los años me dan más pereza. Ahora me gusta cantarle a lo natural, a lo crudo. Me siento un perdedor feliz, y ese es mi territorio. Pero ojo, no es conformismo. Es saber que las batallas no se ganan con nobleza, ni el más listo ni el más fuerte las gana. Se ganan con fullería, con ventaja, como casi todo en esta vida. A mí unos pirigüines de Barcelona me rompieron un contrato en la cara cuando era un crío, diciéndome que no tenía futuro en la música. ¿Sabe cómo les agradecí ese favor? Me fui con mi compadre Melón Maguilaz y le dije: Ojalá hayan roto el original, porque así nos libramos. Ahí entendí que había que jugar con otra astucia. Mi escuela fue un bar imposible en el Gótico, con el techo tan bajo que los altos entraban cabizbajos y el humo era más espeso que la sopa. Un antro de perdedores felices, de esa Barcelona cavernícola que ya no existe, la de Pepe Carvalho, el Gato Pérez y los tebeos de Johnny Roqueta y Superlópez, de las historietas de Vázquez. Allí tocaba los miércoles hasta las 6 de la mañana, con un palé en un carrito, porque en un coche no cabía, e iba cambiando de bar; se empezó a hacer un circuito y de pronto ya venía otra gente. No fui consciente, pero cuando iba al mercado de la Boquería el pescadero me decía: Jairo, que voy a verte el viernes, dedícame eso del Ojalá, y yo volvía a casa con boquerones de regalo, y pan que me daba otro. Esa fue mi época más libre, la del subsuelo. No underground; subsuelo, donde Barcelona olía a salitre, tebeos viejos e historias de detectives.
P.-¿Hay alguna canción de su repertorio que le emocione más tocar en vivo?
R.-Hay muchas, sobre todo esas que le he dedicado a los amigos. Con los años, esas canciones ganan otro peso, porque muchos de esos amigos ya no están. Y a veces, cuando las cantas, se te hace un nudo. Es curioso como algo que empezó siendo una tonada sencilla, un canto al cariño sin más, termina cargándose de vida y de ausencia. Algunas canciones las hice sin pensar mucho, pero el tiempo las ha llenado de significado. Otras, en cambio, las vas dejando de tocar, simplemente porque ya no te dicen lo mismo. No es malo, hay que saber soltar, no quedarse siempre en lo seguro. Podría estar tocando Ojalá eternamente, pero sería aburrirme y aburrir a la gente. Prefiero esos cuatro minutos de magia compartida, donde la gente lo disfruta, y luego, adelante, a otra canción, otro ritmo, otra historia. La música tiene que seguir viva, igual que nosotros.
P.-¿En qué momento el personaje se convirtió en identidad artística real? Cuando usó el nombre de Muchachito Bombo Infierno la primera vez, ¿sabía que se quedaría para siempre?
R.-Todo empezó en el 96, cuando fuimos a grabar una maqueta que al final se convirtió en disco, porque no teníamos un duro para grabarla dos veces. Ahí, entre risas, había que ponerle nombre al proyecto. Éramos unos payasos; en el mejor sentido, el de filósofos con nariz roja que no le temen a nada. Cada día inventábamos un nombre nuevo, y en mi momento del espectáculo, salía ese personaje del Muchachito. Cuando lo escribieron en la portada, pensé: Bueno, esto quizá dure un par de años... Pero la vida tiene sentido del humor. Para el 2000, cuando dejé Trimelón, un grupo que era como The Vagos pero menos punk, con esa actitud de hacemos lo que nos da la gana y quien venga, que se sume al jaleo, que también tienen Kojón Prieto y los Huajolotes, el nombre ya me venía pegado. Al principio me daba rabia; la gente decía ¡Hostia, eres el de Trimelón!, y yo pensaba: Con eso se han quedado; yo me creía muy importante y podría haberme llamado Perico de Los Palotes y daría igual. Hoy lo veo claro; ese nombre es un puente. Para los que siguieron la historia desde Trimelón, es un guiño. Para los nuevos, una declaración de intenciones. Este show que hago ahora es justo eso, íntimo y contundente. Dos horas a puro músculo, con la instrumentación desnuda pero la entrega a full.
P.-¿Por qué ha decidido contar su historia ahora? ¿Hay algo en particular que le motive a hacer este repaso?
R.-Me aburre soberanamente eso de llegar, tocar una hora con quince técnicos mirando el reloj y pirarme. Prefiero volver al origen: llegar un día antes, empaparme del sitio, y luego tocar hasta reventar; que la gente sienta que esto es un ritual compartido, no un trámite. Porque cuando te limitan a sesenta minutos, ni te enteras de quién está al otro lado, te vas con la sensación de no haber dicho nada. Meto canciones de Trimelón, G-5, La Pandilla Voladora; secuelas de nuestra historia. En Huesca, Lérida o Euskadi todavía se acuerdan mucho de Trimelón y me piden algunas de sus canciones. A veces voy a sitios y de pronto unos bigardos se plantan frente al escenario: Jairo, ¡somos los críos del pueblo que te llevaste de juerga en los 90! Resulta que, sin saberlo, me enteré que Silvio hizo eso viendo su documental; me parece una historia grandiosa. Pero yo me llevé a toda la pandilla infantil de juerga a un laguillo con guitarra, no a los autos de choque, no tenía para comprar tantas fichas. Ahora esos niños son padres que vienen con sus hijos. Nos conocimos en tu concierto, me dicen, y pienso que las canciones han sido cómplices de más vidas y han juntado a más parejas de las que imaginé. Lo más bonito es ver a chavales que no solo tragan lo que les venden los algoritmos. Vienen con sus padres, pero también por su cuenta: Nos gusta esto más que el playlist de Spotify. Y ahí está la victoria; que la música siga siendo territorio de encuentro, no de consumo rápido.
Empiezo un disco con una idea clara y al final siempre me sale por otro lado, porque la vida no es lineal"
P.-Hablemos del futuro. Sé que pronto tendremos nuevo disco con G-5. ¿Tiene planes de sacar material nuevo como Muchachito pronto? Las dos últimas canciones que le conocemos son colaboraciones con otros artistas, Maruja Limón y Sabor de Gracia. Pero desde el 2021 interpreta canciones, Tu nombre, Me quedo con tu olor, que dice que son del próximo disco.
R.-Empiezo un disco con una idea clara y al final siempre me sale por otro lado, porque la vida no es lineal, coño. Quería hacer algo ligero, de esas historias que cuentas en el bar quitándole hierro a la vida, como cuando le sueltas tus mierdas a un amigo entre cervezas, pero luego aparecen canciones como Tu nombre y son puro desgarro, de esas que si las sueltas entre copas se ríen de ti, y al final terminas con dos discos en uno: la fiesta y la resaca emocional, el cachondeo y el hueso pelado. Ahora voy a hacer una simbiosis de los dos, pero a mi manera, porque la industria hace discos al revés, primero grabas, luego ensayas, después giras, y cuando acabas la gira es cuando por fin sabes tocar bien las putas canciones, una putada cronológica que no tiene sentido. Antes no era así, los grupos molaban porque llevaban años tocando en tugurios antes de pisar un estudio, llegaban y lo grababan del tirón, como los Stones en sus días, con esa verdad que solo da la carretera. Yo quiero recuperar eso, sin prisa, que el disco nazca cuando esté maduro y no porque toque sacarlo, con menos oropel y más tripas, porque antes me obsesionaba con los arreglos: éramos cinco vientos, piano, toda esa parafernalia, y ahora busco canciones desnudas que duelan o alegren sin disfraz, como hacen los Guadalupe Plata, Depedro o Generador, artistas que respetan el arte viejo pero sin postureo, gente como Tito Ramírez, The Limboos, La Perra Blanco, El Hombre Lobo Internacional o Sergi Estella, que podrían llenar estadios si vendieran su alma pero prefieren la autenticidad del camino largo, lejos de los macroconciertos donde eres un número más en un batiburrillo de luces y algoritmos. Estoy hasta los cojones de eso, prefiero encontrarme a los 200 locos que se saben cada letra en un garito, o cruzar miradas con el tío que lleva 20 años siguiéndome desde aquel laguillo, porque al final la cultura no la hacen los streamings ni los festivales overbooking, la hacen los que sudan la camiseta noche tras noche, los que siguen tocando aunque nadie les grabe, los que saben que la música es un ritual compartido y no un producto de consumo rápido. Y si eso significa hacer las cosas diferente, pues hostia, que así sea.
P.-Aparte de todos los sitios donde haya dado conciertos, supongo que en la gira que hizo con Fito actuaría en muchísimos lugares más.
R.-Hostia, Fito... el pequeño gigante. Se lo digo claro: si alguien me habla mal de él, ya le miro con cara de tú no has entendido nada. Porque Fito es pura esencia, de esos contados seres que irradian autenticidad por los cuatro costados. No es solo el talento, que lo tiene a raudales, es esa capacidad brutal de poner el corazón en cada nota, en cada gesto, en cada puto silencio entre canción y canción. Con él aprendí que la grandeza no se mide en centímetros ni en portadas de revista, sino en cómo tratas al de al lado cuando nadie está grabando. Y Fito, oiga, es un titán de esos. De los que te reconcilian con este oficio.
P.-Al hilo de lo de Fito, leyéndole he descubierto que usted y yo tenemos algo en común, porque yo nunca uso tampoco la palabra telonero, sino artista invitado, artista que abre la noche… ¿le molesta la connotación de telonero?
R.-Iba a hacerme una tarjeta que pusiera Muchachito, telonero de Fito (risas), porque en esas giras con Fito aprendí una cosa jodidamente importante: el respeto. Saliendo ahí solo, con un gran temor porque estos tíos confiaban en mí para que estuviera a la altura de estos monstruos. Tenía que hacerlo lo mejor posible, pero a veces fallaba, me reía y seguía, porque aunque fallara un arreglo, lo que importaba era dar el alma. Esas giras fueron mi reconciliación con la música. Hasta acabamos en el Royal Albert Hall; Fito nos llevó a Fetén Fetén y a mí, y fue una experiencia de esas que te marcan. Lo mejor era el ambiente; un día me colaba en la furgoneta de los cocineros, al siguiente con los técnicos, luego con los músicos; no tenía sitio fijo. Le dije a Fito: No me pongas camerino, si yo voy solo, pero me ponían uno lleno de cervezas. Acababa siendo el camerino de todos los golfillos del backstage, mientras yo terminaba mi actuación y me piraba a ver el concierto de Fito como un fan más. Ahí conocí a gente increíble, y lo que me llevé fue la lección de que los grandes de verdad son los que no necesitan demostrarlo. Fito, toda esa gente, podrían estar endiosados, pero son de una ternura sincera, con el ego dejado en casa. Cuando los conoces dices; Ah, ya sé por qué es grande. Eso es lo que te hace bestia, tío, la grandeza sin postureo.
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