"Cada concierto es la culminación de un sueño"
JOSEMI CARMONA Y JAVIER COLINA | Músicos
El ciclo Flamenco Sync llega a su final con el concierto de Josemi Carmona y Javier Colina, apoyados por la percusión de Bandolero, representando en el escenario de la Sala X su obra 'De cerca'
"Siempre hemos sido un proyecto en constante mutación, nos mueve el instinto"

Mañana jueves en la Sala X se clausura el festival Flamenco Sync con Josemi Carmona a la guitarra y Javier Colina al contrabajo, junto al percusionista José Manuel Ruiz, Bandolero, que presentan De cerca, un proyecto íntimo donde el flamenco y el jazz se funden en diálogos maravillosos. Desde 2016, año en que crearon la obra, este trío busca que el público sienta la música como si naciera en el momento, con contrabajos que cantan, guitarras que responden y percusiones que susurran. En esta entrevista, Carmona y Colina hablan sobre la magia de tocar sin red, la conexión con el público y por qué, como dice el segundo, "la autenticidad no necesita gritar", en las vísperas de una velada donde lo importante, además de las notas, será el silencio entre ellas.
Pregunta.-En De cerca buscan ustedes que el oyente sienta que están tocando a su lado. ¿Cómo se logrará esa cercanía emocional en un escenario como la Sala X, donde el espacio físico y la acústica son diferentes a los que acostumbran?
Respuesta.-(Carmona) La conexión con el público depende, en gran medida, de la predisposición tanto del oyente como de nosotros como músicos. Quien asiste a un concierto instrumental sabe que la experiencia será distinta a un recital de rock con voces y más elementos. Aquí todo se reduce a lo acústico: un contrabajo, una guitarra y percusión. Es una propuesta minimalista, pero con un potencial expresivo único. Nuestro objetivo, al fin y al cabo, es transmitir emociones a través de nuestros instrumentos. Esa es nuestra pasión y lo que nos mueve.
R.-(Colina) La magia está en esos pequeños detalles que cambian todo. No es lo mismo un público relajado, escuchando desde la comodidad de su asiento, que ese momento en que se inclinan hacia adelante, capturados por la música. El volumen no lo es todo, a veces lo que atrapa es justo lo contrario, el sonido íntimo que te obliga a aguzar el oído, que te invita a descubrir matices. Claro, todo depende de la acústica, del espacio, pero cuando se dan las condiciones, quien está dispuesto a escuchar de verdad puede vivir una experiencia única. Al final, la autenticidad no necesita gritar. Basta con que la música tenga esa verdad que, como un imán, inclina cuerpos y almas hacia ella.
P.-¿El reto está en olvidarse del entorno, o en incorporarlo a la atmósfera musical?
R.-(Colina) Nuestro reto, al menos el mío, es doble, tocar al límite de nuestras posibilidades y, sobre todo, conseguir que la música sea ese imán que le decía, que atraiga al público hacia nosotros. Claro que importa el sonido técnico, la afinación, los detalles, pero lo esencial es otra cosa, es la energía que viaja desde el escenario, invisible pero tangible, que no se mide en decibelios sino en piel erizada y miradas cómplices. El público, al final, siempre sabe. Siente cuando hay verdad entre las notas. Y eso, queramos o no, es lo único que perdura cuando se apagan las luces.
R.-(Carmona) El verdadero reto es disfrutar. Se trata de olvidarnos por completo del entorno, del lugar, las circunstancias y conectar con nosotros mismos, dejando de pensar para simplemente sentir. Y, por supuesto, transmitir eso al público. Este concierto es una fusión de flamenco y jazz, tanto por nuestra forma de abordar los temas como por el repertorio, que incluye canciones sudamericanas reinterpretadas con solos y arreglos propios. Tocar en Sevilla es especial para mí, ya que no suelo presentarme aquí con frecuencia, y me ilusiona mucho compartir este proyecto. No es lo único que hago, pero tiene un sonido único, especialmente cuando toco junto a Javier y Bandolero.
El silencio es un elemento fundamental en la música. Las notas son lo que son, pero el espacio entre ellas es lo que les da sentido"
P.-Aunque esta conversación la tenga con ustedes dos, está esa tercera voz imprescindible en el proyecto, la de Bandolero, que tiene una forma muy particular de sostener el tiempo, a veces casi imperceptible. ¿Cómo condiciona eso en ustedes el fraseo, el silencio, incluso la respiración?
R.-(Colina) No se trata de condicionar, sino de enriquecer. Su verdadero valor está en esa capacidad para crear atmósferas, para sentir el momento exacto: cuándo tensar, cuándo soltar, cuándo dejar respirar la música. Esa es la magia de Bandolero, el conocimiento que va más allá del ritmo. En proyectos pequeños como el nuestro, las dinámicas son cruciales. Saber leer el ambiente, jugar con las intensidades, sentir cuándo apretar o ceder espacio. Cuando un músico domina este lenguaje invisible, la interpretación deja de ser ejecución para convertirse en conversación. Y ahí, justo ahí, es donde ocurre la verdadera alquimia sonora.
R.-(Carmona) Y el silencio es un elemento fundamental en la música. Al fin y al cabo, las notas son lo que son, pero el espacio entre ellas, ese vacío, es lo que les da sentido. En mi caso, la guitarra no es un fin en sí mismo, no busco ser el más rápido ni el más técnico. Para mí, es una herramienta para explorar emociones, para encontrar la combinación perfecta entre sonido y silencio que pueda conmover al público. Incluso la percusión en este proyecto va más allá de marcar el compás. Bandolero, que viene del flamenco y tiene una trayectoria impresionante, no se limita a hacer ritmo, él crea música junto a nosotros. Hay una química especial entre los tres; hemos tocado juntos en distintos países, en escenarios grandes y pequeños, y cada vez que nos reunimos, se convierte en una fiesta musical. Disfrutamos, nos complementamos y, sobre todo, nos sentimos en casa haciendo lo que amamos.
P.-Por lo que me dicen, está claro que en De cerca la percusión no marca el compás, sino que lo murmura ¿Cómo les influye tocar con alguien que entiende el ritmo como un susurro más que como un metrónomo?
R.-(Colina) El tempo no es sólo marcar el compás, para eso ya existen las cajas de ritmo. La verdadera maestría está en saber respirar con la música, en sentir cuándo empujar y cuándo retroceder, cuándo callar y cuándo dialogar. Su papel no es imponer, sino enriquecer. No se trata de condicionar los ambientes, como le dije antes, sino de darles vida, de ofrecer ese sostén intuitivo que hace que cada tema encuentre su pulso natural. Es esa complicidad invisible, ese juego de equilibrios, lo que transforma una ejecución técnica en una conversación entre almas.
R.-(Carmona) En los conciertos íntimos e instrumentales como este, donde somos pocos músicos, la conexión lo es todo. No se trata de que cada uno vaya por su cuenta, sino de estar profundamente atentos, porque cada noche es distinta. Bandolero tiene un don especial para esto, sabe dialogar con el silencio, modular la intensidad, crear aire. Es esa tercera pata fundamental del trío que usted decía, aunque bien podría ser la primera, que nos permite respirar juntos y hacer que la música fluya con naturalidad.
P.-Tanto el flamenco como el jazz nacen del corazón. ¿Cómo se entrelazan las raíces musicales de ustedes para crear un lenguaje común que trasciende de los géneros?
R.-(Carmona) Con Javier es fácil, porque la admiración que siento por él es inmensa. Es un sabio del contrabajo, sin duda uno de los mejores del mundo. Un músico que ha compartido escenario con los grandes y que, con toda esa experiencia, sigue tocando sin un ápice de envidia, con una humildad que me inspira. Tocar con él es un regalo constante. Cada concierto es un viaje donde nos dejamos llevar, donde la escucha mutua lo es todo. A partir de un simple motivo que él propone, podemos terminar en lugares inesperados, reinventando las canciones noche tras noche. Esa magia mantiene viva la música y despierta la atención del público. Javier es un mito viviente, un instrumento en sí mismo. Su trayectoria abarca desde la música africana hasta la brasileña, pasando por ritmos sudamericanos; da igual el estilo que le pongas delante, siempre responde con una sensibilidad única, extraordinaria. Tocar con él no es sólo un placer, es una maestría continua.
R.-(Colina) Sí, yo he hecho mucho jazz, he tocado con mucha gente del jazz. Lo que pasa es que cuando hacemos esto que es un flamenco jazz, tiene muchas dosis de improvisación. El lenguaje jazz a veces está y a veces no, pero el lenguaje flamenco está casi siempre. Digamos que se llama jazz todo lo que es improvisado, ¿no? Por eso lo nuestro tiene que ver con el jazz, que es una música improvisada también. Pero siempre elegimos temas que tengan un lenguaje parecido al nuestro. Por ejemplo, boleros como Muñequita linda, o estándares como el irlandés Danny Boy. Normalmente son los que permiten improvisar con el lenguaje nuestro, el lenguaje romántico. Y cuantos más colores flamencos, pues mejor.
P.-La improvisación parece ser su terreno común. ¿Improvisan también en los silencios, en las miradas, en la estructura del concierto? ¿Cómo se mantiene viva esa chispa sin repetirse?
R.-(Carmona) Sin duda, el secreto para mantener este proyecto vivo tantos años está en esa magia que sigue sorprendiéndonos. Cada concierto es un riesgo, un salto al vacío donde los tres nos lanzamos sin red, confiando en que el otro estará ahí para seguir el hilo. Es pura aventura musical. Lo que nos engancha es la adrenalina de crear en el momento, de dejarnos llevar hacia territorios inexplorados. No se trata sólo de tocar juntos, sino de jugar con la música, de reinventarnos noche tras noche. Y lo mejor es que nos divertimos como niños mientras lo hacemos.
R.-(Colina) El secreto está en eso precisamente, en que cada segundo del concierto esté vivo. Que las falsetas, los efectos, la improvisación, todo contribuya a crear momentos únicos, irrepetibles. Para nosotros, la improvisación es como abrir una ventana que deja entrar aire fresco en los temas, los renueva noche tras noche. Por eso nuestro público puede vernos una, dos, diez veces y siempre descubrirá matices nuevos. Cuando la música se vuelve mecánica, cuando todo suena premeditado, pierde esa chispa. Puede funcionar un día, sí, pero no sostiene proyectos en el tiempo. Nosotros llevamos años así, manteniendo la esencia de los grupos precisamente porque cada concierto es una creación en vivo, no una reproducción.
P.-¿Ha habido algún momento en el que una improvisación en directo los llevó a descubrir algo nuevo en su colaboración?
R.-(Carmona) Es algo que ocurre constantemente. Hay temas que normalmente empiezo yo, pero de repente un día Javier los inicia de forma completamente distinta, con otro enfoque. O incluso llegamos a ellos por caminos inesperados. Esa apertura total, esa libertad creativa, es precisamente lo que hace que cada reunión sea especial. Nos acercamos a la música con ilusión genuina, con la emoción de saber que vamos a descubrir algo nuevo en cada encuentro. Es pura magia compartida.
R.-(Colina) Esos momentos de magia, o mejor dicho, esos ratos enteros de descubrimiento, son los que trazan nuevos caminos. Cuando la improvisación fluye y de pronto surge algo inesperado, nos miramos y decimos ¡Vamos, exploremos esto! Puede ocurrir en cualquier tema, bajo cualquier luz, y de repente todo se ilumina con otra perspectiva. La improvisación es así, a veces aciertas, a veces fallas. Pero el que no arriesga se queda estancado en lo seguro, en lo previsible. Y la música, como la vida, no puede ser siempre igual. Además, hay una enseñanza brutal en el error en directo; cuando sueltas una frase y piensas ¡esto es un churro!, el escenario te lo graba a fuego. En casa quizá lo olvides, pero ante el público esa lección no se te borra nunca. Así es como crecemos, cayendo y levantándonos en vivo, con toda la verdad del sonido.
P.-Desde el primer De cerca hasta ahora han pasado ya nueve años. ¿Cómo ha evolucionado esta complicidad que tienen? ¿En qué han notado que ha cambiado el otro como músico y qué han aprendido el uno del otro que no se enseñan en los conservatorios ni los tablaos?
R.-(Carmona) Tocar con Javier y con Bandolero ha transformado por completo mi forma de entender la música. Javier me ha enseñado a mirarla no con lupa, obsesionado por los detalles mínimos, sino con perspectiva amplia, apreciando el conjunto antes que los pequeños fallos. Esa filosofía, sumada a la tranquilidad que transmite antes de cada concierto y a todas esas conversaciones que parecen anécdotas, pero son lecciones, me ha hecho crecer como músico. Desde nuestros primeros proyectos juntos hasta hoy, siento que se me han abierto puertas que ni siquiera sabía que existían. Y lo más hermoso es que seguimos explorando, aprendiendo. Porque eso es la música, un viaje sin final donde cada día puede deparar un descubrimiento.
R.-(Colina) Josemi es, sin duda, uno de los mejores guitarristas flamencos con los que he tenido el privilegio de tocar. Pero lo que realmente lo hace excepcional es su versatilidad; domina el flamenco como nadie, pero también maneja otras armonías con una naturalidad pasmosa. Esa mezcla de conocimiento profundo y curiosidad infinita es lo que hace nuestras colaboraciones tan especiales. Cuando descubrimos algo nuevo juntos, algún giro, algún matiz, se crea una conexión instantánea. Josemi no es sólo un compañero de escenario; es un cómplice musical. Su inquietud es contagiosa. Yo puedo llegar un día con un solo, con una idea inspirada en el más mínimo detalle y él al momento la transforma en música. Esa capacidad de diálogo, de creación en tiempo real, es un regalo constante.
P.-¿Hay alguna música que aún no se hayan atrevido a tocar juntos? ¿Algún país, algún folclore, algún sonido que los esté llamando desde lejos, esperando entrar en la conversación?
R.-(Colina) Como decía El Lebrijano: El extranjero es muy grande. El camino musical está lleno de territorios por explorar, eso es lo emocionante. Y la experiencia con artistas como Josemi o con músicos de Mali como el gran Toumani Diabaté y ahora su hijo Mahmoud, con quien tocaremos en el Recoletos, te da un mapa más amplio para navegar entre estilos. Estos encuentros no son casualidad, sino regalos del destino que amplían tu lenguaje musical. Cuando has tenido la suerte de fusionar flamenco con los sonidos de la kora africana, por ejemplo, adquieres una riqueza expresiva que trasciende fronteras. Pero el mundo es inmenso. Por cada colaboración que materializamos, quedan mil por descubrir. Esa es la belleza de nuestro oficio, siempre hay otro ritmo que aprender, otra alma musical con la que dialogar.
R.-(Carmona) Lo que sí hay es un género que deliberadamente he evitado en mi trayectoria, el reguetón. No es por menospreciarlo, sino porque mi corazón late al ritmo de otras músicas, esas que llevan siglos narrando la historia de los pueblos. La música brasileña con sus playas en cada nota, los ritmos africanos que guardan ancestralidad, el jazz que inventa libertad, el flamenco que llora y ríe a compás. Esta es la verdadera cultura musical, la memoria viva de las almas colectivas. Hoy vivimos obsesionados con cuidar el cuerpo con gimnasios, dietas, detox y está bien. Pero ¿y el alma? La música es terapia espiritual, un bálsamo que limpia por dentro. Debemos enseñar a los niños que, igual que fortalecen sus músculos, necesitan alimentar su espíritu con melodías que curen, con silencios que acojan, con ritmos que conecten con lo esencial. Porque al final, la gran música no se escucha, se habita. Y en ese hogar sonoro donde me refugio, cada nota es un ladrillo de eternidad.
Jugamos a intercambiar papeles, a reinventar las estructuras, todo para mantener viva la chispa que hace que el público sienta la emoción en cada nota"
P.-Aquí en Sevilla y en este festival en concreto y esta sala, el contexto es más underground que clásico ¿Van a cambiar algo de De cerca al interpretarlo?
R.-(Colina) Pues no; le aseguro que no. Porque nosotros tenemos muy claro nuestro camino: hacemos lo que sabemos hacer y lo hacemos con toda la verdad. Nuestra música es un reflejo honesto de nuestro arte, no un producto moldeable según el público. La clave está en esa autenticidad. Cuando subimos al escenario, ofrecemos lo mejor de nuestro lenguaje musical, sin concesiones. Puede que algunos espectadores no estén acostumbrados a nuestro sonido, pero cuando la música nace con esta honestidad siempre encuentra su eco. Hasta hoy, en todos los rincones donde hemos tocado, esa verdad ha resonado en el público. Sevilla no será una excepción. Aquí traeremos nuestro arte con la misma pasión y convicción de siempre. Que la afición sevillana juzgue, pero que lo haga escuchando nuestra esencia pura, sin disfraces.
R.-(Carmona) Cada concierto es una nueva aventura. Hace poco actué en Barcelona con un proyecto flamenco junto a Lela Soto y La Tana y lo hermoso de esta vida musical es que nunca dejas de aprender. El otro día, al sentarme a tocar con Lela, me di cuenta de que llevaba tiempo sin abordar la música desde ese lugar más íntimo y vocal. Fue un reto precioso, de esos que te revitalizan. Porque al final, esto es pasión en estado puro, renovarse constantemente, evitar la zona de confort, aceptar nuevos desafíos cada día. Vivir la música con esa entrega total que hace que cada escenario, por familiar que sea, se convierta en territorio por explorar.
P.-Los que entienden de flamenco dicen que cuando están ustedes juntos el contrabajo canta y la guitarra le contesta con ternura. ¿Hasta qué punto se plantean sus instrumentos como personajes dentro de una escena dramática?
R.-(Carmona) Pues mire, es verdad. Hay un tema muy especial en nuestro repertorio, una granaína que cantaba mi tía abuela Marina Habichuela, que da nombre al tema. En esta pieza ocurre algo mágico: Javier hace las veces de cantaor con su contrabajo, mientras yo lo acompaño como si fuera su guitarra de acompañamiento. Tocar con Javier abre un universo de posibilidades. Por ejemplo, en nuestra versión de Morente Habichuela comenzamos con una falseta tradicional, pero luego viajamos a territorios inesperados. Hay momentos donde Javier canta las letras con su instrumento, para después entrar en soleares donde intercambiamos roles en una rueda de acordes que nunca suena igual. Aunque la formación sea sencilla: contrabajo, guitarra y percusión, nos esforzamos por crear constantemente nuevos colores. Jugamos a intercambiar papeles, a reinventar las estructuras, todo para mantener viva la chispa que hace que el público sienta la emoción en cada nota.
R.-(Colina) En este oficio, los estilos se van tejiendo con herencias y audacias. Yo tuve el inmenso privilegio de grabar y tocar también con Pepe Habichuela, el padre de Josemi, esa granaína tan especial de su tía Marina. Entonces, a veces me toca hacer el cante a mí, y con el contrabajo es verdad que no es muy habitual; pero yo hago el cante y la guitarra me acompaña, claro. Esa granaína es uno de mis mayores orgullos artísticos. No sólo por la belleza del tema en sí, sino por lo que representó, unir tres generaciones de música: el legado de Marina, la maestría de Pepe, y nuestra manera de reinventar la tradición sin traicionarla.
Cuando un guitarrista logra conmover a un público que quizá no entiende de compases ni escalas, está creando un milagro. Cuando la música instrumental emociona, lo hace con una pureza que parece venir de otro mundo"
P.-En proyectos tan instrumentales como De cerca, ¿el cante se echa en falta o se vuelve innecesario porque la emoción ya está dicha sin palabras?
R.-(Carmona) ¡Joder, qué verdad más grande! Es muy bonito cómo lo dice. Al final, lo que importa no es el instrumento, sino cómo cuentas la historia. Ese es el alma de nuestro proyecto, demostrar que cualquier expresión musical, cuando nace del corazón y se entrega con verdad, siempre llega. Nos da igual el fallo técnico, la velocidad o la perfección. Lo que buscamos son los climas compartidos, la conexión visceral con el público donde lo único importante es la emoción pura. Porque la música, cuando se hace con alma, deja de ser sonido para convertirse en lenguaje del espíritu.
R.-(Colina) Hombre, piense usted lo que ha dicho porque eso es muy interesante. Hay gente que te convence con palabras, lo cual es, digamos, bastante fácil; pero nosotros convencemos, o intentamos convencer a la gente con instrumentos, sin palabras. Existe un arte aún más profundo que convencer con palabras, que es emocionar sin ellas. Cualquier cantante lleva ventaja; la voz humana transmitiendo un te quiero con acordes de fondo llega directo al corazón. Pero ¿cómo explicar que un instrumento, sin letra alguna, pueda provocar lágrimas o escalofríos? Ahí reside la magia sobrenatural de la música pura. Cuando un guitarrista logra conmover a un público que quizá no entiende de compases ni escalas, está creando un milagro. No hay mensajes literales, ni historias narradas, sólo vibraciones que viajan del alma al alma. Los instrumentos hablan un lenguaje anterior a las palabras, uno que todos entendemos en secreto. Por eso, cuando la música instrumental emociona, lo hace con una pureza que parece venir de otro mundo. Es el sonido desnudo de la emoción humana.
R.-(Carmona) De todas formas, en nuestros dos discos de estudio hemos hecho un guiño especial a la voz como instrumento. En el primero contamos con La Negra y en el segundo con Rozalén. Era nuestra manera de reconocer ese poder único también de la voz humana, incluso en un proyecto fundamentalmente instrumental. Hoy llevar un concierto puramente instrumental al escenario no es fácil. Quizás por esa falta de costumbre del público, acostumbrado a otros formatos. Por eso en los discos quisimos incluir ese contrapunto vocal aunque luego en directo lo interpretamos en versión instrumental, y sabe transmitir una belleza distinta. La Negra tiene un corazón que canta; trabajar con ella fue un regalo, con esa conexión, esa energía que tiene. Demuestra que la música, al final, es puro lenguaje emocional, venga de las cuerdas vocales o de las de un contrabajo.
P.-Y llegamos al final de la charla, como se llega siempre también al final del concierto. Cuando se encienden las luces, cuando el último acorde se queda flotando en la sala, ¿qué les queda por dentro? ¿Es alivio, es nostalgia, es hambre de más?
R.-(Carmona) Normalmente suele ser satisfacción. Para nosotros, cada concierto es la culminación de un sueño. Llevamos al escenario no sólo lo que hemos ensayado, sino toda esa ilusión que nos hace vibrar. Somos privilegiados por vivir esto y por crear junto a tantos artistas maravillosos. Sí, hay exigencia. Siempre queda ese regusto de podría haber sido mejor, es el sello de todo músico verdadero. Pero justo ahí reside la magia, en esa búsqueda constante, en no conformarnos, en seguir aprendiendo noche tras noche. Y cuando ocurre esa conexión con el público… ¡joder! ese momento en que las almas vibran al unísono, eso es pura electricidad emocional. No hay droga que iguale este subidón.
R.-(Colina) Nostalgia, no; pero sí esa sed de volver a sentir lo indescriptible que ocurre en el escenario. Esa energía única cuando logramos conmover sin palabras, solo con sonidos que se clavan en el pecho. Hay algo mágico en percibir cómo la música no solo gusta, sino que alimenta el alma del público, dejando una huella que perdura. Esa es la mayor satisfacción, saber que lo creado trasciende el momento. Claro que no todos los días son iguales. Como el pan de cada día, unas veces sale dorado y esponjoso; otras, quizá más denso. Pero ahí está el arte, en levantarse cada mañana dispuesto a amasar de nuevo la ilusión, aceptando que hoy resonó perfecto y mañana habrá que encontrar otra manera de llegar a ese lugar mágico.
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