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Cultura

La naturaleza como enclave, energía, enigma

  • Carmen Laffón, Hija Predilecta de Andalucía, exhibe en la galería Rafael Ortiz y sólo hasta el 2 de marzo sus litografías sobre Sanlúcar de Barrameda

Las carpetas de obra gráfica, como ésta de litografías de Carmen Laffón (que desde ayer puede verse en la galería Rafael Ortiz), fueron un precedente de la modernidad. A diferencia del cuadro que rompe la pared en fantasía pero pone en ella una marca de prestigio social, la estampa se dirige en silencio al individuo. El espectador se convierte en lector que contempla a solas las imágenes. En ese ámbito restringido es más fácil aventurarse en la obra, mirarla con ojos propios y casi perderse en ella: las imágenes parecen hablar al oído. Alguien podría pensar que esa relación individual se da también con las reproducciones del libro de arte o las imágenes de internet, pero hay una diferencia, quizá decisiva: la estampa conserva la huella del trabajo de la forma.

Pero antes de entrar en este último aspecto, rastreemos qué advierte la mirada al recorrer las litografías de Carmen Laffón. Verá en algunas de ellas la naturaleza como enclave, como lugar de habitación. Las imágenes, carentes de descripción y detalles pintorescos, las forman tres planos que, plegados entre sí, llenan la mirada. Sólo el flujo de las aguas, la luz expansiva del cielo y la escueta firmeza de la tierra, trazan una sucesión de parajes, desde la desembocadura del Guadalquivir a la punta de Malandar. El espectador-lector no tiene que alinear las piezas, cuyos exactos planos completan el paisaje: su memoria, aquí, como la mirada del paseante, convierte el entorno en duración. Así modelará este primer conjunto de obras en algo cercano a un hogar: enclave de una vida. Estas imágenes brotan de la experiencia de la autora pero al ser obras de arte, despiertan la que cada uno tenemos de eso que llamamos habitar. Como los espinos de la narración de Proust, estas obras suscitan nuestra capacidad para rememorar las relaciones que poco a poco hemos ido tejiendo con la naturaleza hasta edificar un lugar que podemos llamar propio. La idea es, más que nostálgica, crítica: la naturaleza como enclave pone en evidencia a una sociedad que niega este derecho básico o lo convierte en mercancía.

Otras de las litografías presentadas señalan una dimensión diferente de la belleza natural: la fuerza. La naturaleza en ellas se presenta como energía. Lluvias, nieblas o agitación de las aguas borran los límites entre los tres planos, antes serenos, negando firmeza a la tierra y distancia a la mirada. Como en las obras anteriores, tampoco hay en éstas sometimiento al detalle ni réplica literal. Las imagen no representa ni transcribe, sino modela la mirada y requiere a la memoria y a la fantasía, suscitando la idea de una naturaleza que no se deja dominar, escapa al cálculo y al interés, y se revuelve contra quienes quieren convertirla en mera utilidad. Son imágenes que hacen pensar en los antiguos corrales del Guadalquivir en Sanlúcar de Barrameda: más que perseguir el mayor rendimiento, trazan una linea de espera: aguardan a que el ir y venir de las mareas dejen en esos recintos sus frutos. Una manera diferente de convivir con las silenciosas fuerzas naturales.

Ocasos y nocturnos componen un tercer grupo de obras. En ellas la naturaleza aparece como enigma. También aquí se borran los perfiles de las cosas y las fronteras de la tierra firme, pero todo sucede sin agitación ni desasosiego. El enigma consiste en que nos hacemos una sola cosa con el entorno. No sabemos muy bien si el rojo del atardecer o el azul transparente de la noche pertenece a la naturaleza o a nuestra mirada, y esta ambivalencia es la que organiza la imagen estampada en el papel. Por eso, más que mirarla, parece que la llevemos con nosotros. En este caso el arte hace lo que la naturaleza no logra hacer: nos abre los ojos para decirnos que somos naturaleza y que por ello (y no por nuestro afán de dominarla) podemos darle un sentido.

Una serie litográfica es, como se ve, una sostenida tensión entre la imagen y el sentido. Así lo ha sido para la autora que, como se advierte en los breves apuntes expuestos en una vitrina de la galería, fue formándola en un tiempo abierto, de modo que cada imagen, en la medida en que anudaba una relación con la naturaleza, promovía u ocasionaba la siguiente. La serie invita al espectador-lector a seguir esos pasos o quizá a construir su propio itinerario, como ocurre con la lectura de un libro de poemas. Pero hay una diferencia entre la serie de imágenes y el libro de poesía: en la materia que dejó sobre el papel la piedra litográfica quizá queden las huellas del hacer y deshacer de la artista, correcciones de las que paso a paso surge la forma, nunca fácil porque no reposa en la imitación de lo exterior sino en la coherencia interna de la imagen. Estas huellas en la materia no se advierten en el texto escrito, en el que la tachadura borra el esfuerzo del trabajo que hace surgir la forma.

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