El objeto surrealista, 80 años después
Un recorrido por algunos de los grandes hallazgos de Magritte, Brassaï, Giacometti o Max Ernst
La pieza de Magritte tardaba en llegar y André Breton la creía esencial para la muestra. Debía estar allí junto a las de Eluard, Tanguy, Dalí, Picasso y Arp. Al fin llegó una carta de Bruselas: Magritte anunciaba que su obra llegaría pero añadía un ruego: algo que debía comprarse en la sección de menaje de un gran almacén. El encargo se cumplió y en la exposición pudo verse una gran quesera doméstica y dentro de la campana, un pequeño cuadro. Sobre fondo oscuro aparecía pintada una porción triangular de queso. El título, fundamental, debía rezar: "Esto es un trozo de queso".
Así se completó la primera exposición dedicada al objeto surrealista. El pasado mayo se cumplieron 80 años de su inauguración en una galería, la de Charles Ratton. Aunque especializada en arte africano y en general en el de los pueblos primitivos, Ratton no desdeñaba el arte moderno y tenía buenas relaciones con André Breton (logró buenos precios para la colección de arte arcaico que el poeta hubo de vender por exigencias económicas).
Los primeros objetos surrealistas eran simplemente hallazgos. Unos guantes que ceñían las manos de una mujer, un fragmento de acero, curvo como un cráneo, perdido en un mercadillo, una rueda imposible porque era una elipse, no un círculo. No eran, como años antes propuso Duchamp, objetos fríos sino que despertaban la imaginación y el afecto, propiciando asociaciones del todo inesperadas. La dinámica del encuentro (los propios surrealistas hablaban de objeto hallado) dio especial protagonismo a la fotografía que de un modo u otro permitía fijar el instante del hallazgo. Son célebres las fotos que Brassaï hizo de las verjas del metro de Pigalle cuya ornamentación modernista recordaba a grandes mantis religiosas que daban fe de la presencia del más arcaico deseo (la mantis hembra suele devorar al macho una vez que éste la fecunda) en las calles de la ciudad moderna. Eli Lotar (director de fotografía de Un perro andaluz) añadiría otra imagen desconcertante, Matadero, que fusiona la muerte y la fría racionalidad industrial.
A este objeto encontrado siguió el que Breton denominó insólito, que era aquel que aparecía donde no debería estar. El propio Breton dio en un mercadillo con una suerte de doble cilindro, formado con papel de alta calidad en el que había impresas curvas estadísticas. Semejante volumen reposaba en un estuche de madera, hecho a medida y revestido de terciopelo. Todo era inapropiado y el objeto en este caso hacía pensar en qué extraños circuitos propiciaron su significado, su génesis y su destino final entre objetos de desecho. El azar que había dominado la circulación y el extravío del objeto coincidía con otro azar: el que había propiciado el reconocimiento de aquella cosa como objeto poético. El azar subjetivo (el de las asociaciones libres de la poesía surrealista) y el objetivo (casualidades e imprevistos de la vida real) se daban la mano en estos objetos insólitos.
Las posibilidades de tales objetos llevaron a los surrealistas a elaborarlos ellos mismos. Nació así el objeto propiamente surrealista cuyo distintivo era unir elementos contradictorios entre sí. Los teorizaron partiendo de dos textos. Uno de ellos, el pasaje de los Cantos de Maldoror (Cantos de Mal-de-aurora, según la fonética francesa) donde Lautréamont decía que algo era "bello como como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección (esto es, en las que se hacen las autopsias) de una máquina de coser y un paraguas". El otro, de Rimbaud, aludía a un imposible igualmente evocador: "un salón en el fondo de un lago".
Más acá de esos textos, influyó notoriamente una escultura de Giacometti, Bola en suspensión, que impresionó a Breton tanto como a Dalí porque reunía en una misma pieza la construcción geométrica (cubo, esfera, segmento esférico), un ingenuo juego infantil y ciertas alusiones sexuales. Fuera cual fuese el origen de este interés por el objeto, lo cierto es que los diversos autores se ejercitaron en él. Son bien conocidas los de Dalí, el propio Breton y Meret Oppenheim, pero quizá las obras de mayor interés son las que, desde la idea de objeto propiamente surrealista realizan los autores en diversos soportes. Además de esculturas, como Objeto invisible de Giacometti, deben recordarse los collages de Max Ernst, sugerente unión de láminas del XIX, las fotografías de Man Ray (y sus solarizaciones basadas en el azar de una repentina invasión de luz en la cabina de revelado) y los cuadros de René Magritte cuyo elegante acabado formal corre parejo a la densidad metafórica de la imagen. En esta indagación de la imagen llevada a cabo por el pintor belga se incribe el objeto presentado a la muestra de la galería Ratton que al fin no es sino una inversión de su célebre "Esto no es una pipa".
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