arte

La pasión por Murillo de Hans Christian Andersen

  • El célebre autor de cuentos infantiles buscó y admiró los lienzos del pintor durante su visita a Sevilla en 1862. "Cada uno de sus cuadros es un elixir de vida", anotó en su 'Viaje por España'

Hans Christian Andersen (Odense, 1805-Copenhague, 1875), en una fotografía tomada en 1860.

Hans Christian Andersen (Odense, 1805-Copenhague, 1875), en una fotografía tomada en 1860.

¿Por qué los ángeles de Murillo flotan y los de cualquier otro pintor pesan?, parecía preguntarse Hans Christian Andersen (1805-1875) detenido delante de los lienzos, con las manos a la espalda y el cuello doblado, esquivando los molestos reflejos que llegaban al interior del Museo de Bellas Artes de Sevilla. La pinacoteca estaba ubicada desde pocos años antes en el antiguo convento de la Merced, según le habían contado en la Fonda de Londres, donde se hospedaba en una habitación con balcón a la Plaza Nueva. "Nos abrieron la sala de Murillo; ¡qué tesoro!, ¡qué maravilla! Por primera vez comprendí del todo la grandeza de este artista; ninguno le sobrepasa; cada uno de sus cuadros es un elixir de vida", anotará en el libro Viaje por España (1863) el escritor y poeta danés, de gran fama ya entonces en Europa por sus cuentos infantiles, aunque, en realidad, a lo largo de su travesía durante casi cuatro meses por tierras peninsulares casi nadie le hizo caso. Andersen llegó a Sevilla, por ferrocarril, procedente de Cádiz, en septiembre de 1862. "Aquí no falta más que el mar; si lo hubiese, Sevilla sería perfecta; la reina de la ciudades", escribe a modo de primera impresión. Próximo a cumplir 60 años, el danés es un tipo delgado, sensible, irónico y orgulloso. Al parecer, también obsesivo hasta límites insospechados. Se dice de él que viajaba siempre con una cuerda en el equipaje para escapar en caso de incendio y que, al dormir, dejaba una nota manuscrita en la mesita de noche con el siguiente aviso: "Sólo estoy aparentemente muerto".

El viaje a España fue para Andersen un sueño muchas veces aplazado por problemas económicos. Esta vez, al parecer, pudo lograrlo gracias a los beneficios obtenidos por las ventas de sus Cuentos ilustrados. Cumplía así una fascinación nacida cuando, siendo un niño, se cruzó en su ciudad natal, Odense, con un militar español, quizás uno de los integrantes del Regimiento Zamora, al mando del marqués de La Romana, que Napoleón movilizó en 1808 para la guerra contra Suecia.

Este episodio es narrado así en su autobiografía, El cuento de mi vida: "Un buen día me alzó un soldado español en sus brazos y apretó contra mis labios una medalla de plata que llevaba colgando sobre su pecho desnudo. Recuerdo que mi madre se enfadó muchísimo y dijo que eso era católico; pero a mí me habían gustado la medalla y el extranjero aquel, que bailara girando conmigo en brazos mientras lloraba. Por lo visto él tenía niños allá en España". Y, sin duda, en el centro de esa atracción está Murillo, de enorme popularidad en Europa. El escritor danés lo califica en las páginas de su Viaje por España como "el rayo del sol meridional del mundo de los genios". Sin embargo, no es ni muchísimo menos la primera referencia literaria que Andersen dedicó al artista. En un poema publicado en 1838 abordó la figura del discípulo de Murillo, Sebastián Gómez, de origen africano. En sus versos cuenta que éste, al quedarse de guardia por las noches en el taller, se dedicaba a raspar los cuadros para arrancarles el secreto de sus colores...

Sin embargo, no será hasta su visita a Sevilla cuando observa de primera mano su obra. A Murillo lo descubre en la Catedral, en la iglesia de la Caridad y en el Museo. Allí realiza sugerentes descripciones de sus lienzos, como es el caso de La Anunciación: "Hay un humor ingenuo en este cuadro, tantos angelitos de Dios por el aire demuestran un extraño y mundano interés pueril en este acontecimiento. Oye, parece que hay uno que dice; ¿Se puede saber dónde está el misterio?, grita otro".

Del San Antonio con el Niño asegura que tiene que "volver para mirarlo una y otra vez". Otro tanto sucede con el retrato de las patronas de Sevilla pintado por Murillo hacia 1666, donde descubre una belleza secreta: "Creo que se llamaban santa Justa y santa Rufina; eran... como para enamorarse de ellas. Perdonad los devotos a este protestante al que se le ocurre semejante idea, pero es que estaban realmente muy hermosas así, abrazadas a la Giralda de Sevilla para que no se caiga en caso de terremoto. Ojalá me abrazasen a mí".

Hans Christian Andersen abandona Sevilla el 19 de noviembre de 1862 tras asistir a una zarzuela en el teatro San Fernando, visitar el Alcázar y la Casa Lonja y pasear por sus calles: "Hay algo tentador y fascinante en ir de casa en casa, atisbar los interiores y descubrir la poesía de la vida de familia", reconoce en Viaje por España. Así relata sus últimas horas en la ciudad: "Ojos negros y centelleantes despedían centellas de poesía entre la multitud; las niñas eran preciosas. En el norte decimos: los niños no deben jugar con fuego; pues las niñas andaluzas bien que juegan con él".

La admiración del autor de cuentos como La sirenita y El patito feo por Murillo revive de nuevo ya en Madrid, en una visita al Museo del Prado. A su juicio, allí el sevillano "brilla por encima de Rafael, de Tiziano y de todos ellos" y lo coloca por encima de Velázquez, al que despacha como "contemporáneo de Murillo". Eso sí, subraya el alarde de ilusionismo de Las Meninas y aplaude la ejecución técnica del retrato de Esopo. "Después de haber visto el retrato que de él ha hecho Velázquez, no podemos imaginarnos a Esopo con otra fisonomía", asegura Andersen.

Le gusta especialmente una Inmaculada, que confunde con el tema de la Asunción: "Hay tal pureza e inocencia sobrenaturales en los ojos de la Madre de Dios, tal gracia y puerilidad en los ángeles que flotan en el aire a su alrededor, que se siente uno invadido de dicha, cual si se le hubiese concedido ver un destello de la gloria celestial". Andersen abandonó España el 23 de diciembre. Había cumplido su sueño: "El mapa nos muestra a España como la cabeza de doña Europa; yo vi su preciosa cara y no la olvidaré nunca".

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