"No hay muchos poetas que sepan escribir un soneto"
Martínez Sarrión, que formó parte de los novísimos, reflexiona sobre la lírica actual en el ciclo 'Vandalia' de la Fundación Lara
"A la poesía no le sienta bien la cursilería y el panfleto", asegura Antonio Martínez Sarrión, quien conserva esa actualidad de los hombres sin tiempo, de los que han sido excluidos de las modas, del canon, de los cajones de premios pendientes del ministerio. Está a punto de los 79 años y la voz se le ha vuelto aún más de oso. Es una mezcla de escritor moderno, estepario, desafiante, clásico, mordaz, lúdico... Un náufrago en La Mancha del secano y el piojo verde. Se acercó a París cuando el 68 y cambió a Marifé de Triana por John Coltrane. Lo parieron en casa. En Albacete. En 1939.
De ese big bang viene él, que ahora echa el tiempo leyendo, escribiendo, cabreándose. "No hay muchos autores hoy que sean capaces de escribir bien un soneto", afirma Martínez Sarrión, que mira desde el fondo de dos ojos grandes con algo de tiburón de acuario. No le dan ahora para leer de tan gastados, pero cuando se detiene a observar el techo tiene algo de saxofonista negro en pleno trance o de muchacho malo y tierno. "La poesía no se conoce. Importa poco. Cuando un poeta publica un libro y vende mil ejemplares, ya puede estar seguro de que le darán algún premio, el Cervantes o el Nacional", ironiza.
Es Martínez Sarrión un poeta de la vieja escudería novísima que decidió poco después jugar a solas en el camino de las letras. A partir de ahí, armó tres volúmenes de memorias que están entre los más sugerentes de aquella generación. Tradujo a Baudelaire y esa lectura se considera hoy una de las mejores en lengua española. También a Rimbaud. Publicó hace un par de años en el sello Linteo una versión de La joven parca de Verlaine que nadie debería perderse. Y en su dietario combina la pólvora y la lucidez de quien ya no tiene edad para callarse.
No lo ha hecho tampoco a su paso por las jornadas Poesía en Vandalia de la Fundación Lara. Él, que es de verso grave y de humor tirando a negro, ha ejercido de jefe de la tribu con un punto de escepticismo que no destiñe el timbre serio de su literatura. Hasta allí se plantó con swing de señor incrédulo apoyado en un bastón y en su mujer, y lo sentaron ante un cartel para la fotografía. Luego, lanzó palabras despojadas, tirando de experiencias, haciendo con ellas una vara de zahorí que siempre conducía a algún surtidor inesperado.
"Dentro de las grandes artes, la poesía se caracteriza por la escasa inversión que necesita. La música, por ejemplo, requiere un instrumento, partituras. La pintura, lienzos, pinceles, pigmentos. Pero, para la poesía basta con un bolígrafo y un cuaderno. ¿Qué cuestan? ¿Tres euros…?", explica en la Academia de Buenas Letras, donde el pésimo sonido del salón de plenos apenas deja caer las palabras. "Pero la poesía es otra cosa. Hay tomársela más en serio. Hay que leerla y releerla hasta encontrar un sitio dentro de la tradición en que el autor se expresa", recalca.
Que Martínez Sarrión es un escritor muy bien dotado para andar a solas empieza a quedar claro en su charla con Clara Janés (Barcelona, 1940) y Jacobo Cortines (Lebrija, 1946), quienes coinciden más en modo de hacer de la poesía como un tiempo lento, una forma de reflexión. Pero, de una forma u otra, los tres suman los quilates de sus versos a un ciclo que viene a medirle hasta hoy la fiebre a la poesía española con José Ramón Ripoll, Antonio Jiménez Millán, Josefa Parra, María Alcantarilla, Javier Lostalé, Teresa Gómez, Vicente Valero y Pablo García Casado.
Avanza en su exposición Martínez Sarrión acumulando los golpes de audacia de quien sabe pensar en dirección contraria. "La sensiblería es un horror para la lírica española. También el panfleto, la poesía de combate… Sólo hay que ver lo que queda de dos buenos poetas como Gabriel Celaya y Blas de Otero", indica el escritor, quien, a la hora de terminar, deja clara sus preferencias literarias: "Yo cuando termino de leerme todo lo de Valle-Inclán, empiezo otra vez". Allí siempre encuentra ese calambre que proporciona hurgar en el idioma por el costado oscuro.
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