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A orillas del Guadalquivir se ha levantado un reino que encenderá todos sus focos este miércoles para presentar Alegría-Bajo una nueva luz de manera oficial. Los dominios del Circo del Sol pueden intuirse desde lejos. Su Gran Carpa blanca –coronada con banderas azules– marca el lugar donde la magia se cocina a base de disciplina, esfuerzo y constancia. Técnicos, montadores y especialistas de sonidos y luces van ataviados con cascos amarillos, chaquetillas naranja fosforito y calzado cerrado para comprobar el ensamblaje de la estructura, las sillas de las gradas y probar todos los equipos. Nada puede quedar a la improvisación. Tampoco en lo concerniente al elenco. 54 artistas, de 17 nacionalidades, que llegan y se marchan en pequeños grupitos utilizando autobuses privados y que tienen claro que los horarios para ensayar son sagrados. La precisión milimétrica es la seña de identidad de una organización que roza lo marcial. ¿El resultado? Números imposibles que se fraguan entre unas bambalinas fundamentales para levantar este reino rodante.
Fuera, el calor hace estragos en un Charco de la Pava sin sombras. Corren las botellas de agua a la misma velocidad que los tráileres cargan y descargan. Dentro de la carpa creativa, –centro neurálgico de este feudo– un acróbata utiliza manos y piernas para pasarse mazas de madera como calentamiento. Evidencia esa destreza para convertir lo utópico en rutina. Otros hacen estiramientos imposibles en los tatamis antes de subirse a un trapecio que cae del techo. Un grupito conversa entre elípticas, pesas y cintas de correr. Dos descansan sobre colchonetas y consultan sus móviles mientras escuchan música. Coinciden ocho o nueve acróbatas al mismo tiempo. Un babélico cónclave que espera turno para desplegar su número sobre el escenario.
No faltan los tablones que indican en inglés – idioma oficial de la familia nómada– el horario de ensayo de cada uno. No pueden faltar a la cita, pero el resto del tiempo se preparan por libre. Teniendo en cuenta que la carpa creativa no cierra, suelen acudir a ella entre las 11:30 y las 20:00 horas para hacer ejercicios de fuerza, coordinación, flexibilidad o equilibrio. Lo normal es que cada grupo entrene una hora diaria. En este mismo espacio se encuentra el equipo de fisioterapeutas para atender las posibles lesiones, un masajista y un entrenador de pilates.
Una de las esquinas acoge una zona de descanso con un par de sofás de piel marrones y una tele en la que se proyecta –en riguroso directo– todo cuanto sucede en el interior de la Gran Carpa. “Durante las actuaciones con público, todos se sientan alrededor para saber cuando tienen que entrar y salir”, explican los organizadores a este periódico. En este rincón se encuentra el venezolano Gamal Tuniziani, que acaba de ensayar el número con el que cierra el espectáculo. Ese que termina de encoger el corazón del espectador al ver a un grupo de 11 ángeles desafiando las leyes de la gravedad y la fuerza a más de 10 metros sobre el suelo. Un baile aéreo que pone a prueba la destreza grupal y la confianza ciega en el compañero. Tuniziani lleva el circo en la sangre. Para él, lo anormal es permanecer en una misma ciudad más de tres meses. “Como toda profesión tiene sus pros y sus contras. Para mí es normal, lo cotidiano es trabajar en un show, viajar cada dos meses y conocer culturas nuevas”, indica este circense que reside habitualmente en Las Vegas. Ciudad en la que vivió permanentemente durante tres años y le pareció “algo anormal, aburrido y rutinario hasta que conseguí adaptarme”.
Trapecista de tercera generación por parte de ambos progenitores, Tuniziani pone en valor que su número favorito es el baile de cuchillos de fuego que protagoniza el samoano Falaniko Solomona Penesa. Un acto que brilla con luz propia “por la rapidez y por la simpatía de Frankie”. Recalca que es su primera vez en España. Y, como sucede con Alegría-Bajo una nueva luz, también en Sevilla.
Pero esta carpa creativa no es solo un lugar donde hacer ejercicios y descansar. También trabaja a destajo el equipo de vestuario, separado de los tatamis gracias a varios burros llenos de disfraces. Diferentes máquinas de coser están dispuestas en las mesas del fondo. Las del principio, están repletas de pelucas azules y máscaras. En los laterales, armarios con cajones repletos de pinceles, bases de maquillaje, polvos y sombras de diferentes tonalidades. En el suelo, zapatos de todas las tallas, colores y morfologías. En total, 1.200 prendas –desde pelucas hasta calcetines– a las que hay que sumar alrededor de 5.000 que no están activas, pero se van renovando cada cierto tiempo.
Precisamente, la confección de los zapatos es una de las más llamativas. El barroquismo y excentricidad que aparentan guardan un secreto en su interior: se tratan de zapatillas de deporte forradas con piel y tela. “Así se consigue comodidad y el elenco puede hacer cosas más atléticas”, indica la técnica de vestuario Estíbaliz Corral. Otro de los trucos que no se ven es el uso de imanes en los disfraces para que se coloquen más fácil y sean más rápidos de limpiar. Algunas pelucas los llevan incorporados y se pegan directamente a las máscaras. “Todo el vestuario está hecho a medida para cada artista, nadie comparte nada y se arregla también a medida. Si alguien necesita una rodillera para hacer un número, se integra en su disfraz para que el público no se dé cuenta”, señala Corral.
La técnica destaca que los vestuarios se crean en Montreal (Canadá) y durante la gira los mantienen y hacen ciertas modificaciones. “Como hay mucha acrobacia, la mayoría son maillots de licra que se decoran, pero la base es algo pegado al cuerpo para que no se enrede con nada”, indica Corral y hace referencia a uno de los disfraces –que lucen los artistas durante el número del dúo de trapecio sincronizado– que lleva pedrería de Swarovski: “Brillan mucho con los focos y se ven desde cualquier punto de la carpa”.
En cuanto al maquillaje, los intérpretes del Circo del Sol hacen gala de su capacidad para afrontar diferentes disciplinas y ellos mismos son los encargados de ponerse a punto antes de salir a escena. “Cada artista va a Montreal antes de empezar una producción y les dan una pequeña formación”, manifiesta Corral y pone en valor que algunas de las transformaciones implican 21 pasos hasta llegar al final. “Tardan alrededor de una hora, nosotros en sastrería les ayudamos, pero es responsabilidad de ellos salir a escena con todo su maquillaje, todo su vestuario y todas sus acrobacias”, bromea la técnica.
El paso hacia el coso circense implica cruzar un oscuro pasillo en el que están expuestas las máscaras originales de Alegría. Las que dieron la vuelta al mundo en 1994. Mucho más rígidas y aparatosas que las actuales. Miran a las nuevas generaciones de acróbatas en una suerte de ritual que evidencia que la alquimia del Circo del Sol es capaz de superar 30 años de historia para seguir creando sueños.
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