La escritura del desastre

Shoah | Crítica

Galaxia Gutenberg rescata el texto íntegro del film monumento en el que Claude Lanzmann abordó desde una perspectiva inédita la destrucción de los judíos europeos

Claude Lanzmann (1925-2018) durante el estreno de 'Shoah' en 1985.
Claude Lanzmann (1925-2018) durante el estreno de 'Shoah' en 1985.

La ficha

Shoah. Claude Lanzmann. Trad. del francés de Federico de Carlos Otto. Prefacio de Simone de Beauvoir. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2025. 248 páginas. 19 euros

Ya está todo dicho sobre el film monumento con el que Claude Lanzmann cambió la forma en la que consideramos el genocidio nazi e incluso el nombre de lo que hasta entonces se llamaba Holocausto, palabra cuya “connotación sacrificial” nos parece desde entonces, por las razones que él mismo explicara, inapropiada para referir a hechos innombrables. En hebreo Shoah significa catástrofe, en principio de origen natural, como un terremoto o un diluvio. Y cuenta Lanzmann, en sus memorias, que la eligió por su desconocimiento de la lengua, lo que la convertía en “un significante sin significado”, opaco e impenetrable y tanto más adecuado para una realidad que desafía el entendimiento. En su versión íntegra, la película tiene más de nueve horas de duración que dejan al espectador exhausto, sobrecogido, hondamente impresionado por la crudeza de los episodios narrados y por el esfuerzo empleado en revivirlos –en expresar lo indecible– sin caer en la triviliadad de las ficciones consoladoras. Esta fue la principal razón que impulsó a Lanzmann, la que lo llevó a prescindir de las imágenes de archivo para poner el foco en las palabras, en particular las de los “revinientes” que presenciaron en primera línea, junto a los verdugos y otros testigos, la aniquilación llevada a cabo en los campos de exterminio. Centrada como está en la muerte, su historia oral no se refiere a todas las etapas del proceso, sino al momento culminante en el que el gaseamiento y los hornos crematorios sustituyeron a las poco productivas matanzas iniciales. Leer el libro, de nuevo disponible en la traducción de Federico de Carlos Otto, antes en Arena Libros y ahora en Galaxia Gutenberg, no exime de ver el film, pero tanto si se ha visto como si no –y desde luego hay que verlo– la impresión tiene algo que escapa a la valoración estética. Una “extraña fuerza”, en palabras del escritor y cineasta.

Simone de Beauvoir definió el trabajo de Lanzmann como “una obra maestra en estado puro”

Con toda precisión, Simone de Beauvoir definió en el prefacio –en el artículo donde trató del film cuando apareció, que figura desde entonces como prólogo a las ediciones del libro– como “una obra maestra en estado puro”. En efecto, al margen de sus dimensiones colosales, el gran logro de Lanzmann –y su lección suprema, en el plano moral– es haber traído el horror incomprensible del pasado a un presente que perdura e interpela, sin explicaciones ni adherencias sentimentales ni efectos añadidos. Tres grupos de testigos comparecen en su galería de entrevistados, sobria y sabiamente conducidos a través de preguntas –apenas hay acotaciones: la inmersión es directa– que guían un relato coral plagado de resonancias: los judíos que fueron obligados a participar en el asesinato de su propio pueblo, los criminales nazis y las personas que por su cercanía a los campos de la muerte –todos situados en la Polonia ocupada– pudieron ver lo que sucedía en ellos. Sus testimonios se dividen en una primera época, anterior a las cámaras de gas, y una segunda en que el nuevo procedimiento perfecciona la maquinaria. Algunos de los personajes que desfilan por Shoah –el cantor Simón Srebnik, los integrantes del sonderkommando Abraham Bomba y Filip Müller, el nazi Franz Suchomel, el denunciante Jan Karski o el maquinista Henrik Gawkowski, que aparece en el famoso cartel de la película– son imborrables, pero es el relato conjunto, secuenciado por Lanzmann con precisión de artífice, siguiendo una cuidada estructura rítmica, llena de sentido, lo que permite reconstruir la vasta y abominable extensión del fenómeno. Un montaje, como dice Beauvoir, en el que se alían el horror y la belleza.

No percibimos en el libro los lugares, los rostros, los gestos ni las voces, pero están las palabras

La edición del libro, que dispone los subtítulos como si fueran versos, remitiendo de ese modo a la versión filmada, podría haber llevado un índice de comparecientes o apéndices que contextualizaran los parlamentos. Al ofrecer las palabras exentas, desnudas, tal como el espectador las escucha y lee –el film alterna el uso del francés, el alemán, el inglés, hablados directamente por Lanzmann, más el polaco, el hebreo y el yiddish–, respeta la factura del original sin interferencias. Huyendo deliberadamente de las abstracciones, sin discursos grandilocuentes ni subrayados innecesarios, la “escritura del desastre” revela la verdadera magnitud del acontecimiento, encarnado en individuos irrepetibles. La burocracia de la muerte, como argumenta el gran historiador Raul Hilberg, único estudioso entrevistado por Lanzmann, implicó una radical novedad respecto a los múltiples antecedentes de judeofobia. Los nazis, nos dice, no innovaron en las disposiciones legales que fueron arrinconando a la comunidad judía antes de la “solución final”, resultado de la completa deshumanización y la inédita escala industrial. A lo largo de la Historia, se pasó del “vosotros no podéis vivir entre nosotros como judíos” al “vosotros no podéis vivir entre nosotros” y de ahí al “vosotros no podéis vivir” a secas. Antes de Shoah, dice Beauvoir, pensábamos que teníamos información, pero en realidad “no sabíamos nada”. No percibimos aquí los lugares, los rostros, los gestos ni las voces, pero están las palabras.

Lanzmann en Auschwitz, 1981, durante el rodaje del film.
Lanzmann en Auschwitz, 1981, durante el rodaje del film.

Arte e historia viva

En sus excelentes memorias, La liebre de la Patagonia, publicadas en España por Seix Barral, contó Lanzmann el itinerario que lo llevó a interesarse, después de su debut como cineasta con el documental Por qué Israel (1973), en el trauma que precedió a la fundación del Estado hebreo: “la destrucción de los judíos europeos”, conforme al sintagma que da título al minucioso inventario de Hilberg. Shoah (1985) fue el fruto de más de una década de trabajo obsesivo en la que el autor, enfrentado a las dificultades conceptuales, económicas y logísticas que planteaba la realización de una obra de semejante envergadura, se embarcó en una investigación extenuante, pródiga en momentos reveladores. Algunos de los ensayos y artículos reunidos en La tumba del sublime nadador (Confluencias) los dedicó Lanzmann a las controversias asociadas al film, que tuvo una recepción exitosa pero polémica y sigue siendo objeto de debates teóricos. Cuarenta años después, también a la luz de sus ulteriores trabajos, Alguien vivo pasa (1997), Sobibor, 14 de octubre de 1943, 16 h (2001), El informe Karski (2010) y El último de los injustos (2013), que se sirvieron del material grabado pero no incorporado a su obra magna, podemos calibrar con claridad la importancia de una contribución literalmente imprescriptible. Quedan ya pocos testigos directos y en adelante no será posible recurrir a ellos, pero gracias a Shoah disponemos de un relato inmemorial que es no sólo testimonio sino arte e historia viva.

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