La última trinchera del hombre

Crítica de Cine

Guédiguian reúne a su 'troupe' en una cinta humanista y esperanzada.
Guédiguian reúne a su 'troupe' en una cinta humanista y esperanzada. / D. S.

La ficha

*** 'La casa junto al mar'. Drama, Francia, 2017, 107 min. Dirección: Robert Guédiguian. Guion: R. Guédiguian y Serge Valletti. Fotografía: Pierre Milon. Intérpretes: Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan, Jacques Boudet, Anaïs Demoustier, Robinson Stévenin.

Poco podíamos esperar ya de Guédiguian y, sin embargo, esta Casa junto al mar nos (re)conquista para su causa humanista, para su fábula contemporánea y su idealismo extemporáneo para el que ha recuperado a su vieja troupe de siempre (Ascaride, Darroussin, Boudet, Meylan, Stévenin) y el paisaje familiar de los alrededores de su Marsella popular y luminosa.

Y nos reconquista a pesar de los pesares, de los borrones de director apresurado y algo tosco con los que manchó siempre sus mejores películas (Marius y Jeannette, De todo corazón, La ciudad está tranquila), liberado aquí de nuevo a la complicidad natural y sincera de los suyos con un texto, un cuento, con el que, aunque renqueante, aspira a mantenerse de pie en estos feroces tiempos neoliberales en los que se han perdido el sentido de la comunidad, el sentimiento y el orgullo de clase, las viejas batallas políticas por un mundo mejor o más habitable.

La enfermedad del padre reúne a tres hermanos en la hermosa casa familiar frente al mar en un pequeño pueblo costero, y a través de ellos, de sus nostalgias, anhelos, heridas y derrotas, Guédiguian va construyendo las ramas de la moraleja de su fábula, el foco primario de resistencia e incluso el de un posible reinicio en ese rincón del mundo donde aún es posible la utopía, la fraternidad, la solidaridad e incluso el amor.

Y nos reconquista a pesar de sus trazos teóricos, de sus subrayados, de esos deslices de obviedad marca de la casa. El director de Marie-Jo y sus dos amores sabe sobreponerse a sus limitaciones, encontrar un tempo y un tono justo, repartir juego, inteligencia y emoción entre los suyos, querer a sus personajes más allá de los viejos dogmas del desencanto del viejo progresista y de la tentación de contar más cosas de la cuenta.

La casa junto al mares, con las debidas y amplias distancias formales entre uno y otro, lo más parecido en espíritu al último Kaurismäki que tal vez podamos encontrar hoy en el cine europeo. No es poca cosa.

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