La sonrisa permanente de la jovencita Adriana, ésa que la acompañaba desde que salía por la puerta para disputar sus combates de forma casi contagiosa, se nubló de repente con los dos últimos golpes de la tailandesa, con esos reveses que la dejaron sin la medalla de oro olímpica en su primera participación. La seguridad de la madrileña en sus posibilidades era tal que no pudo ocultar su frustración y le salió un llanto sin consuelo cuando ya se vio derrotada en esos últimos segundos.

La primera medallista española de este Tokio 2020, con apenas 17 añitos, no entendía de ser segunda. Lo aceptaba, sí, con la deportividad que exige la modalidad que practica, un dechado de buenas maneras a la hora de saludar a los jueces y de felicitar a los rivales, pero en ningún momento evidenciaba ni siquiera una rendija hacia la felicidad por su buen resultado.

A Adriana le daba exactamente igual haber caído ante la número uno del mundo, ella se sentía campeona y la habían bajado de lo más alto del pedestal de forma abrupta. Está bien esa rabia, si la canaliza de la forma adecuada, es evidente que Adriana Cerezo va a reírse muchísimas más veces en el futuro de las que va a acabar llorando en las grandes citas del taekwondo. De momento, estos Juegos, al contrario que en otras ocasiones, han arrancado con fuerza para España y la primera medalla no se ha hecho esperar tanto. No es mala señal, sobre todo si todos los deportistas compitieran con la misma seguridad que Adriana.

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