Teodoro León Gross

El PP andaluz del Califa Moreno ya no es el mismo

Alfonso Fernández Mañueco, saludando ayer a Juanma Moreno en presencia de Isabel Díaz Ayuso.
Alfonso Fernández Mañueco, saludando ayer a Juanma Moreno en presencia de Isabel Díaz Ayuso. / Juan Carlos Vázquez

03 de abril 2022 - 06:00

El PP andaluz es el mismo que 48 horas atrás. Pero ya no es el mismo. Y no será el mismo. Esta crisis ha terminado poniendo fin al tradicional modelo vertical centralista que García Egea llevó no ya al paroxismo sino al absurdo con sus exhibiciones de disciplina prepotente, ignorando a los barones o más bien desafiándolos, como en el congreso de Sevilla. Ayuso, con la fuerza de su éxito electoral en mayo de 2021, plantó cara y el choque llegó al juego sucio desde Génova, en una espiral destructiva que arrastró a Casado. Sólo ella mencionó el elefante en la habitación: “este congreso es la respuesta a una crisis que nunca debió existir”.

Los derrotados, y eso les honra, se han despedido sin demasiados aspavientos, aun no aceptando que su derrota fue por méritos propios. A Feijóo le reclamaron los barones, y en particular Juanma Moreno, que no olvidase de dónde viene, enfatizando el requerimiento: “no te olvides nunca de las comunidades". Feijóo hizo su última campaña electoral con la marca Galicia, y en Sevilla habló en gallego para defender la unidad desde la diversidad. La cuestión territorial será clave en su nueva política –etiqueta Rajoy– para adultos. El PP va a ser un partido más federal, como no lo ha sido antes, paradójicamente mientras se asiste a un vaciado del federalismo histórico del PSOE, donde el sanchismo tiende a un cierto cesarismo con los órganos del partido cada vez más vaciados, como en Vox o Podemos.

El eje Andalucía-Galicia ya no es un mantra voluntarista. Se trata de un hecho consumado, aunque se cuidarán de dar su espacio lógico a Ayuso, que marcará territorio propio. La elección de Elías Bendodo como coordinador, un cargo previsto para las victorias electorales ante la contingencia de que los secretarios generales sean nombrados ministros –así se promocionó como coordinadores a Acebes y Maíllo– sirve para subrayar ese eje, anticipando el peso futuro de Bendodo en la organización. El consejero de la Presidencia, que ya tenía buen feeling con Cuca Gamarra, ejercerá con mando real en una dirección donde, ahora sí, existe ya el juanmismo, cuota real del barón del sur, incluyendo a quienes dieron la cara por Moreno en el descalzaperros de Virginia Pérez en Sevilla, cuando ella creyó que nunca le faltaría su primo murciano de Zumosol.

Primer reto: Andalucía

Andalucía será la primera prueba del albertismo –lo de el nuñismo como que no, y lo de el feijoísmo es un desafío fonético áspero– y debería ser diferente a Castilla y León, que Feijóo da por legado fallido de la estrategia casadista. El califa Moreno, como hace tiempo ya le decía Feijóo para identificarlo como el barón de Andalucía, debe librar esa batalla y ganarla. Para el partido, para el eje, para el nuevo liderazgo, es clave. De ahí la afirmación de Bendodo de “el PP de España se pone en modo Andalucía ya”.

Feijoo ha definido al PP como "el partido del centro derecha de España, el partido autonomista y el partido defensor del Estado del bienestar". Es el mismo perfil de Juanma Moreno, seguramente más cercano ahora mismo a la socialdemocracia que la izquierda. Ese autonomismo moderado colisiona con Vox, al que Feijóo retó sin citar pero sin ambages. Moreno sabe que gobernar en 2018 fue un hito histórico, pero quedará como una carambola si no se confirma este 2022, de modo que ofreció optimismo: "En Andalucía, parecía imposible que se acabase con 40 años de socialismo, y desde aquí os quiero decir que en el PP nunca damos nada por imposible". Para eso se ha asegurado que Bendodo continúe aquí hasta entonces, coordinando gobierno y partido, consejerías y barones, la maquinaria, la estrategia, sin asumir riesgos, o vértigos, con el vacío de su mano derecha.

¿Elecciones en junio?

Claro que ese "hasta entonces" podrían ser sólo once semanas, doce no más... si las elecciones son en junio. No es descartable. El presidente andaluz, en definitiva, siempre ha dicho “octubre o junio”; y junio es la mejor fecha electoral: la alegría de la primavera con su calendario de fiestas y las contrataciones de la campaña de verano y las pagas extraordinarias... cerca de las vacaciones, o al menos del esplendor estival. Otoño es un contratiempo, y en víspera de San Juan. Pero a Moreno le obsesiona no hacer una convocatoria que transmita tacticismo oportunista.

Los socios de Ciudadanos se temen la presión para el adelanto. Marta Bosquet tuiteaba que no había motivo para adelantar con la guerra de fondo, la pandemia vigente, la electricidad y la gasolina disparadas en la espiral inflacionista... y teniendo además estabilidad parlamentaria. Vaya si es significativa esa irrupción en las redes desde la presidencia del Parlamento, nada menos, para desacreditar el adelanto. Moreno por primera no ha dicho reeditar el pacto actual, como siempre hasta ahora, sino gobernar en solitario. En los minutos de la basura siempre llega la frialdad a los socios. En todos los partidos hay zafarrancho de combate. El PSOE también teme primavera. Juan Espadas, que ha querido fantasear con un divorcio encubierto de Moreno y Bendodo por aferrarse a algo, celebraba hace unos días la alianza de la izquierda; pero fue poco antes de que la izquierda desmintiera el pacto. Hay división, incluso división sobre el alcance de la división.

En este escenario, ¿qué destilarán los próximos sondeos?

Vox en la pelea

Vox aspira a repetir como Castilla y León, a fuerza de aritmética, no de afinidad. Los números son la realidad parlamentaria, más allá de los deseos del Eje. Y hasta ahora efectivamente no ha logrado la inestabilidad, pues el Gobierno ha podido avanzar a veces con su apoyo ineludible, a veces con apoyo desde la izquierda, incluso en Doñana. Al cabo, es poco verosímil que la construcción del relato para pulsar el botón de la convocatoria electoral salga de una votación en las Cinco Llagas, sea una comisión de investigación o cualquier otra cosa.

El instinto político, con todo, mantiene en alerta a los partidos. Vox lleva meses ejerciendo presión y Macarena Olona no rehúye los golpes, buscando relevancia a golpe de titulares. Teresa Rodríguez siempre ha entendido que ahí también gana ella, realimentándose en las furias de los extremos. Ya se las han tenido tiesas antes, y esta semana han repetido con el conflicto de los caseteros y el aviso de Olona de que irá a la sesión de control del Congreso con su traje de flamenca para denunciar el fiasco: “La reforma laboral de Lady Paro pone en riesgo la Feria en Andalucía”. Teresa Rodríguez le lanzó tres dardos, y el segundo tirando a dar: ella no sabe lo que es trabajar en una feria; no sabe que hay más ferias en Andalucía aparte de la de Sevilla; y para ella el traje de flamenca es un disfraz electoral. Poco después Olona tuiteó una foto suya vestida de flamenca siendo una cría en su segundo cumpleaños. Y las redes dale que te pego, leche. Inmaculada Nieto quiso colarse en el debate, pero parecía demasiado racional para tener éxito.

Los candidatos se agitan como los caballos antes de entrar los boxes para lanzarse a la carrera. Pero sin saber cuándo habrá carrera, porque los tiempos los marca San Telmo.

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