El parqué
Jaime Sicilia
Sesiones en negativo
Este fin de curso ha estado marcado por la conmoción que ha producido la dolorosa pérdida de nuestro querido compañero José Domínguez Abascal, conocido por todos como Pepón. Su partida deja un vacío notable en la ingeniería española, especialmente en la sevillana, donde destacó como un referente singular.
Nacido en Sevilla, en 1953, perteneció de lleno a una generación que aspiraba a integrarse en Europa, tan distante entonces. Se empezó a tener, en nuestro país, la aspiración de alcanzar los niveles de vida que contemplábamos con envidia en los países vecinos del norte. Pepón, ya de estudiante, se identificó plenamente con el espíritu de los tiempos, vivió con enorme intensidad aquellos años y formó parte del movimiento de renovación nacional que se estaba fraguando.
Realizó sus estudios de Ingeniero Industrial en la Escuela de Sevilla durante los años 1970-1975. Me viene al recuerdo la imagen de un estudiante activo y emprendedor, con una voluminosa barba negra, todo un torrente de ideas e iniciativas, que se presentó un día en mi despacho manifestándome su pretensión de iniciar una carrera universitaria. Aunque vino a decirme que su vocación le llamaba hacia la ingeniería mecánica, me comunicó que estaba incluso dispuesto a cambiar de especialidad con el fin de incorporarse a un grupo ya activo.
Afortunadamente, no tuvo que hacer semejante renuncia pues justamente en aquellos días acababa de incorporarse a la escuela el que sería uno de sus más ilustres catedráticos: el profesor Enrique Alarcón Álvarez, hacia quien le dirigí y con quien comenzó una fructífera relación académica, empezando por un brillante doctorado sobre: Cálculo de tensiones en las inmediaciones de anclajes: aplicación del método de los elementos de contorno leída en 1977. En aquellos años escribió un libro que tuvo gran trascendencia: Boundary Elements: An Introductory Course.
Apenas terminó sus estudios ordinarios inicio un amplio recorrido por el extranjero como investigador en la Universidad de Southampton, donde completó gran parte de su tesis doctoral en 1976. Después fue becario Postdoctoral Fullbright en el MIT durante 1977 y Research Associate, también en MIT, durante el año 1978. Luego estuvo en Madrid y Las Palmas hasta que en 1982 se asentó en Sevilla definitivamente como catedrático de Estructuras en la Universidad de Sevilla. Más tarde fue vicerrector de esta Universidad (1990-1992) y director de su Escuela de Ingenieros (1993-1998). Su labor en este último cargo tuvo momentos especialmente delicados, aquellos en los que el centro se trasladó al magnífico edificio de plaza de América en la isla de la Cartuja, en el que hoy en día se imparten 8 Grados y 11 Máster de Ingeniería.
Volviendo a finales de los años 70 y principios de los 80 en la Escuela de Sevilla se dio un notable fenómeno. Jóvenes recién titulados en esa escuela, cuyos profesores no habían tenido especial dedicación universitaria, empezaron a manifestar una atracción y un empeño por la vida académica que daría lugar a la aparición de una generación que fue capaz de transformar el centro en uno de los mejor situados en el panorama nacional.
José Domínguez Abascal ocupó un lugar prominente entre este grupo de entusiastas jóvenes que acometieron la ilusionante y ardua labor de renovar una Escuela con la honrosa pretensión de hacer de ella un centro prestigioso para la formación de ingenieros en nuestro país, y especialmente en Andalucía. El éxito de la empresa, pese a los múltiples escollos encontrados, está hoy a la vista de todos.
Aunque la Escuela de Ingenieros Industriales de Sevilla se había creado a mediados de los sesenta del siglo pasado, hasta principios de los setenta no se produjo su delicada incorporación a la Universidad de Sevilla, tras los primeros intentos fallidos de crear una anhelada Universidad Politécnica. Esa integración coincidió con un plan de homogenización de esa escuela con el resto de las Escuelas de Ingenieros Industriales españolas. Se aprovechó esa homologación para realizar una profunda transformación en el profesorado que se convirtió del que había sido clásico a tiempo parcial, que se limitaba exclusivamente a ejercer la enseñanza, a dar clases, en otro con dedicación exclusiva que empezó a abordar labores de investigación ingenieril, por lo que se complementaron las tareas docentes con la exploración del fascinante y creativo mundo de la ingeniería, mediante tesis doctorales y proyectos fin de carrera.
José Domínguez podía sentirse orgulloso de su participación en la Escuela cuyo impacto sobre el entorno industrial en Andalucía es algo en lo que no hace falta insistir de puro patente. En todas las industrias locales, regionales y nacionales despuntan los ingenieros formados en el centro al que Pepón dedicó tantos de sus mejores esfuerzos. El profesor Domínguez Abascal ha sido un modelo para los jóvenes estudiantes de ingeniería, un ejemplo de ingeniero investigador y de impulsor de la ingeniería.
La desbordante actividad de Pepón no se limitó al mundo académico, sino que se hizo también patente en el mundo profesional. En este orden de cosas es mucho lo que se podría destacar, pero nos ceñiremos a dos características especiales que en él cobraron especial realce. Por una parte, su capacidad de generar cambios estructurales en los medios en los que se desenvolvió. Pepón daba precisos golpes de timón, se atrevía a lanzar proyectos de gran ambición y complejidad, sin miedo y sin dudas. Esta visión y ambición personal, al tiempo que imponente, es uno de sus rasgos más destacados. El lanzamiento de Abengoa Research es un claro ejemplo de ello. Las becas Talentia otra muestra clara.
Este tipo de proyectos -por salirnos del ámbito más puramente ingenieril- tienen un impacto doble en el entorno. Por una parte, el objetivo propio del proyecto -tener un centro de investigación con más de 400 investigadores generando tecnología de primer nivel, lo que sucedió en Abengoa Research-. En “el sur del sur”, como dijo él mismo en alguna ocasión, fue capaz de lanzar proyectos de enorme magnitud, capaces de poner a Andalucía en el mapa de mundo: es el caso, entre otros muchos, de la Planta Solar de Sanlúcar. El empuje para lanzar esos proyectos era una de sus mayores cualidades.
Otro atributo, vinculado parcialmente al anterior, era su capacidad para tener una visión multidisciplinar del entorno. Ingeniero de pura cepa, si tenía que recurrir a economistas, abogados, especialistas en otras áreas, era capaz de hacerlo sin reparo e incorporando lo que de esos otros mundos pudiera aprender. Su capacidad de asimilar, enjuiciar e incorporar planteamientos ajenos, de analizar situaciones desde diferentes ópticas, era un plus que se unía a su irreprochable calidad técnica.
Esto no son más que unas pocas muestras del impecable espíritu emprendedor de nuestro hombre. Tuvo una vida colmada de pasión por todo lo que hacía, y ha dejado tras de sí una huella imborrable de admiración entre compañeros y discípulos, que servirá de ejemplo para los que sigan sus huellas. El profesor Domínguez Abascal ha sido un modelo para los jóvenes estudiantes de ingeniería que han tenido la fortuna de pasar por sus manos.
Tuvo múltiples reconocimientos y premios cuya enumeración alargaría en exceso este escrito.
Hay personas, como José Domínguez Abascal, que al irse dejan tras de sí mucho más de lo que recibieron. Al contemplar su obra, sorprende su desbordante fecundidad. Nos queda una sensación de desperdicio al ver que la vida abandona tan temprano a alguien de quien aún cabía esperar tanto.
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