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Análisis

Manuel García Fernández

Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Sevilla y miembro Academia Andaluza de Ciencia Regional

La actualidad de San Fernando

El autor repasa la trayectoria personal, militar y social del rey Fernando III, ‘El Santo’, y cómo contribuyó de manera decisiva a restaurar la cultura latina, europea y cristiana

El cuerpo incorrupto de San Fernando.

El cuerpo incorrupto de San Fernando. / Juan Carlos Váquez

Para muchos de los niños de mi generación que aprendimos en los años sesenta del siglo pasado los rudimentos básicos de la Historia de España en la prolija Enciclopedia Álvarez, en modestas escuelas rurales y bajo el magisterio entrañable de profesionales muy vocacionales pero con escasos recursos docentes, Fernando III, el Santo, Rey de Castilla y León, se nos presentaba en la llamadas Lecciones Conmemorativas, cada 30 de mayo, como el prototipo de la juventud española de entonces por su “sencillez, valentía, caridad, honor, fidelidad, trabajo y santidad”.

Hoy, en pleno siglo XXI, con la perspectiva y la distancia histórica que lógicamente impone el tiempo y la prudencia, resulta evidente que al cabo de los años San Fernando sigue teniendo una incuestionable actualidad en nuestra ciudad, más allá de cualquier consideración ideológica política, incluso de la arbitraria ubicación de su festividad local tan alterada. Porque Fernando III no sólo fue el conquistador de la ciudad de Sevilla el 23 de noviembre de 1248 sino también, y eso es lo más importante, el restaurador de su cultura latina fundamentalmente cristiana, europea y occidental. Pues la ciudad que conocemos y disfrutamos, con sus luces y sus sombras, se gestaría tras el proceso de cristianización y repoblación iniciado con Fernando III y continuado por su hijo Alfonso X, el Sabio. Ambos, como bien sabemos, enterrados en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla.

El semblante ético y moral del rey –también del personaje– fue destacado por su hijo Alfonso X explicando curiosamente el significado de las letras que integran su nombre “Ferrando”, escrito en forma acróstica:

F, de fe.E, de entendimiento para conocer a Dios.RR, de reciedumbre de voluntad y obras para derrotar y castigar a los enemigos de Dios y a los malhechores de su pueblo.A, de amigo de Dios.N, de nobleza de corazón en todas sus empresas y con sus vasallos.D, de derecho, fiel y leal en palabras.O de “ombre” (sic. hombre) de buenas maneras y costumbres.

El perfil de un hombre extraordinario, con fama de santo ya en vida y en la misma ciudad de Sevilla que lloró aflictivamente su muerte, se cierra con sus devociones religiosas tan destacadas y continuadas en gran medida por su propio hijo. Fernando III fue muy devoto de Santa María, considerándose su siervo. “Sancta María, cuyo siervo nos somos”. Y a la que dedicó todas las mezquitas mayores de las grandes ciudades que conquistó y cristianizó en Andalucía, como se reflejan también en Las Cantigas de Santa María de Alfonso X.

Al margen de su extraordinaria labor de gobierno, de sus magníficas dotes militares y diplomáticas, de su profunda piedad, se destaca hoy con evidente justicia histórica su ambicioso proyecto de estructurar una Andalucía tolerante, que se sustentaría en la convivencia pacífica de las tres religiones: cristianos, musulmanes y judíos. Como se demuestra en el epitafio que en latín, castellano, arábigo y hebreo, mandó colocar su hijo Alfonso X en su sepulcro de la Capilla Real en reconocido homenaje al monarca que se sabía y decía “rey de las tres religiones” y que había conseguido, en palabras una vez más del Rey Sabio, “la conquista de toda España”.

A nuestro modo de ver como medievalista aquí radica hoy lo novedoso y la actualidad del pensamiento socio-político de nuestro Santo Rey Conquistador; a saber, en la abstracción de una Andalucía –de una ciudad de Sevilla donde vivió sus últimos días enfermo de hidropesía y donde quiso morir y enterrase– en la que la coexistencia, la tolerancia y las vez hasta la convivencia de todos sus pobladores, cristianos, musulmanes y judíos, cada uno en sus respectivos ámbitos de poder y ocupaciones socio-profesionales, no eran de todo completamente antagónicas. Sino más bien todo lo contrario: la paz y la integración social eran aun posibles. En 1671, el Papa Clemente X lo elevó a los altares por sus cualidades humanas y compasivas para con todo su súbditos y por su respeto a la moral cristiana. Después la Historia le llamaría el Santo, pero Sevilla, adelantada una vez más a su propio tiempo, ya lo intuía desde misma muerte en el viejo alcázar almohade el 30 de mayo de 1252.

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