Los caminos del silencio

Las peregrinaciones para ver a la Virgen de los Reyes son calladas, sin repercusión

Entre las tradiciones que engrandecen la mañana de la Virgen de Agosto siempre me han llamado la atención los peregrinos del Aljarafe. Costumbre que decayó hasta casi desaparecer, y que se intenta revitalizar a sabiendas de que nada tiene que ver con los tiempos. Llegar a pie desde las poblaciones (o barrios) de Sevilla hasta la Catedral, para ver la salida de la Virgen de los Reyes, a las ocho de la mañana, en la Puerta de los Palos, es un ejemplo más del sentido religioso de la peregrinación. La tradición mariana de peregrinar en primavera al Rocío y en verano a la Catedral... Son dos formas (¿o una sola?) de entender la devoción a la Virgen.

El Rocío se celebra en un ambiente festivo, en una romería vinculada con el carácter abierto de la tierra. Sin embargo, las peregrinaciones a Sevilla para ver a la Virgen de los Reyes fueron, son y serán calladas, sin repercusión, excepto para quienes las viven. Calladas y silenciosas, que no es lo mismo. Porque los silencios de la mañana de agosto son elocuentes, se sienten. No surgen de la ausencia de ruidos, sino de la conciencia de que ninguna palabra se necesita ante la Reina de los Reyes.

El papa San Juan Pablo II, que visitó dos veces Sevilla, cuando acudió en 1993 al Rocío, recordó aquello de la adherencia de los polvos del camino. Por el contrario, en la madrugada del 15 de agosto, los caminos transmiten la soledad, el olvido, la indiferencia de lo que no interesa a los demás. Pero también refuerza la voluntad de quienes conocen el motivo de sus desvelos, la certidumbre que encontrarán.

El verano de las tradiciones religiosas populares tiene huecos para las patronas. El 16 de julio para la Virgen del Carmen, Reina del Mar. El 15 de agosto para la Reina de los Reyes en Sevilla (y otras advocaciones en otros lugares). También en septiembre hay fiestas marianas. Y en octubre con el Rosario y la Virgen del Pilar. Es un recorrido que se inicia en primavera (desde las dolorosas a las glorias que llevan a Pentecostés) y que culmina en diciembre con la Inmaculada y la Esperanza.

Un calendario que en Sevilla tiene su Fiesta Grande mariana el 15 de agosto. Sin caer en los tópicos y esquivando los mitos, la gran festividad de la Patrona de la Archidiócesis se celebra en verano y en silencio. Con la intimidad de la fe que impulsaba a los antiguos peregrinos en sus caminos hacia la Catedral, guiados por la busca de la Luz en un amanecer eterno.

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