Gumersindo Ruiz

Dos canciones de Navidad

Tribuna Económica

22 de diciembre 2020 - 02:33

La pandemia cobra fuerza, como era de esperar, y lo hará aún más tras las fiestas, porque los gobernantes son tímidos, y nadie parece dispuesto a poner algo de su parte para evitar contactos y contagios. Sin embargo, la reunión del Consejo Europeo ha dado unos resultados formidables: se ha aprobado un presupuesto para siete años; el fondo Next Generation UE, que responde al binomio verde-digital, cuenta con más dinero que proyectos tienen nuestras empresas; se ha puesto en su sitio las derivas antidemocráticas de Hungría y Polonia; el objetivo de cortar las emisiones de carbón para 2030 será exigible legalmente; se frenan las aventuras de Turquía en el Mediterráneo; la Comisión recibe poder para endeudarse; y se abre la discusión sobre los impuestos, pues es indiscutible que necesitamos recaudar más para hacer frente al inmenso coste de la pandemia.

El déficit público en la UE supera el 9% del producto, y España el 12%, pero, aunque hay algunos -incapaces de pensar en positivo- que no hacen más que repetir lo evidente: que se gasta más y se ingresa menos, la realidad es que la deuda paga intereses negativos (-0,5%). Nuestra deuda pública que es el 114% del producto, antes de la crisis financiera era del 40%, subió, y se reducía significativamente hasta el momento en que sufrimos el golpe de la pandemia. España tuvo un problema de endeudamiento privado que llevó a la crisis financiera, y supera aún el 140% del producto (164% si se cuenta la deuda entre empresas); hoy, los avales del estado están permitiendo dar liquidez, y por el bien de todos hay que entender que es más urgente restaurar el crecimiento que equilibrar presupuestos, pues sólo el crecimiento de la producción va a permitir que suba el denominador (el producto) haciendo menor el porcentaje de la deuda. La primera canción de Navidad es la transformación intelectual que se ha dado en Europa dejando a un lado la obsesión del déficit, en una situación dramática donde las personas esperan que estados que tienen poder para endeudarse -y en los que la deuda contemporánea no ha sido, es, ni será, ningún lastre ni problema generacional-, los auxilie, sean empresarios, trabajadores, o necesitados, ante una crisis de magnitud nunca vista.

Se dice que Charles Dickens inventó el espíritu navideño en A Christmas Carol, con la transformación del frío y avaro Scrooge en una persona sensible. Es una historia con un lado oscuro de justificaciones y cinismo, pobreza, condiciones de trabajo, y vulnerabilidad (sobre todo de los niños), y también con un aliento de esperanza en la condición humana, y en que un cambio es posible para aprender a vivir con los demás. Hay dos cosas que siempre me han llamado la atención de esta novelita, la visita de los espíritus de navidades pasadas, presentes y futuras; y el deseo, la necesidad, de un contacto humano. Nunca ha estado Dickens de mayor actualidad, pero quizás en ese deseo de contacto en la Navidad festiva, de reuniones, comida, bebida, donde el espíritu se vuelve generoso y extrovertido, está nuestra vulnerabilidad, cuando un virus lo aprovecha para el contagio, evolucionando más rápidamente que somos capaces nosotros de adaptarnos, aunque sea sólo un año, a unas Navidades algo más distanciadas y seguras.

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