
Tribuna económica
Fernando Faces
¿Trump copia a Milei?
En el triple salto preñado de rabia de Ana Peleteiro y en la apresurada zancada corta de Paula Sevilla, un día después, se alargaba un mismo hilo que da rienda suelta a una cometa que vuela cada vez más alto. Muchos no quieren alzar la vista al cielo para contemplarla. Aún son demasiados los que no quieren tomarse como un 8-M cualquier día del año. Y van más allá: el mismo 8-M es un día que les incomoda, los pone ante un espejo que no quieren mirar y para desahogarse sueltan un chiste machista sin gracia alguna cuando por las ventanas les entra el sonido agudo de las y los manifestantes en su creciente riada morada.
El pujante protagonismo de ellas en el deporte español es una maravillosa noticia. Es el reflejo de que algo bueno, entre tanto titular descorazonador, se mueve en nuestra vida cotidiana. Desde esos grupos de risueñas chicas que van al Benito Villamarín o el Ramón Sánchez-Pizjuán y que extienden orgullosas sus bufandas para cantar que nunca se rinden o que están apiñadas como balas de cañón, a esas otras preadolescentes o adolescentes que entran con paso decidido en deportes antes vedados para ellas y que despedazan a mordiscos los ominosos prejuicios que huelen a naftalina. Me encanta verlas en grupo por las calles con sus mochilas y rodilleras.
La marcha de María Pérez hacia sus dos medallas en los Juegos fue el símbolo de 2024 en el deporte español. La deportista granadina se abrió paso y se puso a la misma altura que la selección masculina de fútbol. Incluso el grito desgarrado de Carolina Marín en aquella semifinal olímpica que se nos clavó en el corazón contuvo un revés dulce tras el amargo envés: toda España compartió la desgracia de la gran campeona huelvana.
La hoja del 8-M acaba de caer de los calendarios y ese día de concienciación no valdrá de nada si la sociedad no asimila el mensaje de ese 8-M cada día del año. Nos lo recuerda la cometa que alzan al vuelo nuestras briosas deportistas.
También te puede interesar