El exceso

Tras la fanfarria de Fitur llega el deber: proteger a los ciudadanos a diario

Alo largo de esta semana ha tenido lugar Fitur, una de las ferias de promoción de empresas y destinos turísticos más importantes del mundo. Lo cual tiene mucho que ver con el hecho de que España es uno de los tres países que más millones de visitantes de ocio recibe, junto con Francia y Estados Unidos. París, Nueva York, Madrid o Barcelona son las que en cada caso tiran más de los números. La pasión por salir de viaje sin necesidad ha obrado una mutación drástica y permanente de la oferta, y valgan como ejemplo la universalización de los vuelos económicos y la diversificación del alojamiento más allá de los hoteles. Hasta el punto de que hay establecimientos turísticos en casas de comunidad de vecinos estables, ¡y son legales!, e incluso cuentan con manga ancha en su fiscalización, un privilegio con el que no cuentan los hoteles. Incluso generan economía sumergida: un síntoma de emergencia económica. El dinero, como el agua, busca su salida.

Ni en Planeta Calleja ya alguien debe creerse viajero en un mundo pequeño y reventado. Pero turista es hoy casi todo el mundo, y tal rasgo estructural no parece que sea pasajero ni que haya alcanzado punto de inflexión negativo. Sí emerge una contestación creciente de quienes sufren los perjuicios diarios y patrimoniales de cualquier exceso, en este caso el de recibir a transeúntes incesantes, a quienes se entregan los municipios como locos. Muy probablemente, usted, como yo, ha viajado más que sus padres, y menos que sus hijos o nietos. Nuestros jóvenes son desde hace tiempo expertos en prospección de destinos, gestión de vuelos y desplazamientos ya en destino, sitios donde dormir, locales, conciertos, lugares imprescindibles... son auténticas agencias de viaje con patas. Un negocio, el de las agencias, que entró en declive mortal de la mano de internet, como otros, salvo resistentes agencias presenciales de alta rentabilidad, que explotan una “demanda residual” con éxito. Por ejemplo, Viajes El Corte Inglés, durante años, y a pesar de ser menor su venta en volumen que la de otras unidades de negocio de su grupo, es la más rentable del mismo, esto es, obtiene un mayor porcentaje de ganancia en sus ventas. Sintomático.

Se aducen cifras sobre la participación en nuestra economía del turismo, sobre todo desde las patronales: “El principal contribuyente a nuestro PIB”, por ejemplo. Falso, o exagerado. Esos cálculos distan de tener firme fundamento, porque la atribución al turismo o al consumo interno de las rentas del comercio o la hostelería se hace sobre estimaciones, a veces sesgadas y a favor de lo propio. La deificación del turismo en Fitur, por ejemplo, es comprensible: sin duda necesitamos al turismo, de hecho, muchas localidades lo necesitan como yonquis que son de su monocultivo turístico, de la manera que algunos países petroleros son pobres. El empleo que provee el turismo es en general de bajo valor (sobre todo para el empleado). Entre la fanfarria, cabe pergeñar aquí una teoría del exceso para que esto no se nos siga yendo de las manos. La base empírica de esta teoría la leí el otro día en la cabecera de esta casa editora: “El consumo de agua en cada plaza hotelera triplica al de las viviendas”... ¿sequía le vas a contar al turista? Más allá de la bendita agua, otras cosas a tener en cuenta para mandar a parar, y espero que sea pronto en mi ciudad: precios de las viviendas y alquileres, delincuencia creciente por efecto llamada, basura multiplicada, gasto público en limpieza y policía –que se llevan la parte del león en detrimento de los barrios–, contaminación, golferío extra e inseguridad. Activos, sí... y grandes pasivos para el paisano. No se olviden los daños, y no se mencionen sólo de forma cosmética. Como se suele hacer ante los micrófonos. En Fitur.

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