La ventana
Luis Carlos Peris
El Rey, en su rol de oasis
Sevilla es la ciudad de los homenajes. Otra cosa no tendremos, pero premios y homenajes tenemos para todos y todas. No pasa un día que tal periódico o cual organismo no organice un evento para distinguir a alguien. Normalmente, los políticos cuando dan una medalla en realidad se la están autoimponiendo. Queda muy bien y realza casi más a quien la da que a quien la recibe. Son actos amables donde el prócer de turno tiene unas palabras para colocar su mensaje y de paso atribuirse alguno de los méritos del agasajado. Huele a elecciones que tira para atrás, para darse cuenta de eso -además de nariz- sólo hay que tener ojos en la cara; por este motivo en estos días se intensifica la fiebre recompensatoria de nuestros políticos. Recientemente se ha nominado una rotonda con el nombre del alcalde Monteseirín, a quien nadie puede discutir el que, además de acumular la mayor cantidad de denuncias de supuestos casos de corrupción de la historia de la democracia, haya cambiado la fisonomía de la ciudad. Otra cosa es que ese cambio haya sido para bien. Por tamaño mérito le ha sido concedido el supuesto honor de titular la glorieta de entrada a la Torre Pelli o como se llame. Hasta dirigentes del PP acudieron con paso boyal al susodicho acto, pese a tenerlo tantas veces en los periódicos y en los juzgados que uno opina que la redonda de entrada a Mercasevilla hubiera sido la más apropiada para el halagado. Es lo que tiene la ojana sevillana, que todo lo tapa. Al paso que vamos pronto escasearán rotondas y glorietas y mucho nos tememos que se empezarán a titular semáforos y pasos de cebra, habida cuenta de la superpoblación de políticos en activo o en pasivo de que disfrutamos. Sin embargo, pasan las fechas, las semanas y las estaciones y nadie tiene un recuerdo para quien, después del Doctor Fleming, más ha hecho por el bienestar de los sevillanos. Estamos hablando de Willis Haviland Carrier, inventor de aire acondicionado. Ahora que nos han prohibido las velas y palios en nuestras calles -no sabemos si por memoria histórica o por agenda 2030- y por tanto del "Leopoldo échame el toldo"; la opción de "Currito, dale al botoncito" nos está salvando la vida como la penicilina salvó la de nuestros mayores de aquellas purgaciones alamederas. Sirvan estas líneas como invocación fervorosa a Guanespada o al mismísimo Guan Mamoreno para que lo tengan en su memoria. Aunque haya que esperar a diciembre para evitar sofocos e insolaciones entre los políticos asistentes a quien este acto uniría más que nunca en fresco consenso.
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