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Análisis

Roberto pareja

El monstruo (casi) siempre está ahí...

La necesidad del apoyo nacionalista a los Presupuestos Generales del Estado (PGE) es un común denominador más allá del inquilino de turno de La Moncloa. La culpa es de la llamada ley D'hondt, un sistema con el que los partidos nacionalistas, poco votados a nivel nacional pero con mucho peso en ciertas circunscripciones, salen harto beneficiados: amasar papeletas en unos pocos lugares clave es mucho más benéfico electoralmente que esparcir el incienso de unas siglas en muchas. Así, por clamoroso ejemplo, en las generales de 2011, IU cosechó más de un millón de votos (1.686.040), que se tradujeron en solo once escaños, mientras que CiU lograba 16 asientos ¡con medio millón de votos menos!

Así, tras sus mayorías absolutas de 1982, 1986 y 1989, González tuvo que aprender a pactar en minoría en 1993. Cerró un acuerdo estable con CiU, y ya en su investidura anunció la cesión parcial del IRPF a las comunidades autónomas y transferencias para desarrollar los estatutos. Así aprobó los PGE en 1994 y 1995. Después, los nacionalistas catalanes rompieron, dejaron al PSOE en minoría, provocaron el rechazo de las cuentas de 1996 y obligaron a los socialistas a adelantar las elecciones generales.

El 3 de marzo de 1996, algunos seguidores del PP celebraron en Génova la victoria de Aznar al grito de "Pujol, enano, habla castellano", pero le faltaban 20 votos para la mayoría absoluta y 48 horas después negociaba con CiU y PNV su respaldo a los PGE y las consiguientes y nada magras contrapartidas.

Zapatero fue el único presidente que nunca tuvo mayoría absoluta, y sacó adelante sus Presupuestos con pactos año a año: el PNV apoyó seis de sus siete PGE; BNG, CC y CHA, cuatro; y ERC e IU, tres.

Rajoy ya vio en 2017 sin mayoría que el apoyo de PNV, CC y NC no sale gratis, y reasignó miles de millones en favor de Euskadi y Canarias.

Y para geometría variable la de Sánchez, que necesita a ERC, entre otros endriagos a ojos de la derecha, para sacar adelante el proyecto que ha pergeñado con sus socios de Podemos. "El voto de ERC se suda", proclama Gabriel Rufián, una sombre chinesca de esa especie de monstruo voraz ultranacionalista con el que te topas al levantarte. Como en el célebre cuento de Augusto Monterroso... O como Aznar, o como Rajoy, no se olvide...

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