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Análisis

rogelio rodríguez

Los vientos que trajeron estos lodos

Los representantes de la legalidad en España comparten hoy vagón con los que la violan

Una congregación de políticos caóticos, aupados al poder o amparados en sus aledaños, escribe estos días los renglones más torcidos de nuestra reciente historia. Pero no es casual. La mayoría son consecuencia de los sucesivos fraudes o fracasos que arrojaron los paritorios de distintos gobiernos, sobre todo durante los segundos mandatos de Aznar, de Zapatero y de Rajoy, que debilitaron la consistencia del sistema y arruinaron poco a poco la credibilidad ciudadana en sus tradicionales cuadros dirigentes.

Desde entonces permanecen activos en el sentir de la calle, y muchos de ellos en los tribunales, un tropel de escándalos, abusos y graves errores, la mayor parte producto de una gestión impúdica o incompetente. Los nombres propios de la corrupción -también la mal criada beautiful people y el concurrido establishment de la burbuja económica- incentivaron la codicia, estimularon, aun sin querer, apetitos contra el sistema constitucional, provocaron justificada indignación en los sectores sociales menos favorecidos y fecundaron los huevos del populismo. Facilitaron que el diablo se apoderara de más urnas de las habituales, menester del que hoy se ocupa el servicial jefe de cocina del CIS, José Félix Tezanos.

Y ahí está, por su significada actualidad, el caso de Rodrigo Rato, poderoso vicepresidente económico en los gobiernos de Aznar, ex director del FMI, cargo de más nivel internacional alcanzado por un español, y ahora condenado por el Supremo a cuatro años y medio de cárcel por el uso de las tarjetas black durante su controvertida presidencia en Bankia, y con otras dos causas pendientes: por supuestos cobros de comisiones en contratos publicitarios y por un entramado de sociedades en paraísos fiscales con el que habría defraudado siete millones de euros. ¡Rato! El hombre que abrillantó la encauzada herencia que recibió del buen socialista Pedro Solbes y fuera laureado como gran piloto de la bonanza económica. El político más capaz -y altanero- del centroderecha, al que todos designaban sucesor de Aznar al frente del PP y del Ejecutivo; todos, menos su amoscado jefe, cuyo acierto al no elegirlo es tan grueso como el motivo que calló y calla.

La lista de bribones y de ineptos en cargos públicos es extensa. Y de aquellos vientos estos lodos. Conviene no olvidar los hechos que incubaron el presente, máxime cuando asistimos a la banalización de los grandes asuntos, cuando los que representan la legalidad comparten vagón con los que la violan, cuando el presidente de un Gobierno en despiece atiende impávido a los que repudian la Constitución y actúa con vergonzante tolerancia ante la progresiva violencia del separatismo catalán, artífice, junto a Podemos y el travestido nacionalismo vasco, de su llegada a La Moncloa.

He utilizado alguna vez, quizás en esta columna, una preclara frase del influyente filósofo alemán Friedrich Nietzsche que, dada su intemporalidad, resulta coetánea: "La demencia en el individuo es algo raro, pero hay épocas en las que es regla general en los grupos, en los partidos y en los pueblos".

¿Así hasta 2020?

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