Albero, la tierra prometida

Hay quien se queja de que el albero mancha los zapatos. Qué precio tan barato por pisar los mares del Terciario

13 de noviembre 2021 - 01:47

No hace mucho, un arquitecto y paisajista finolis, especializado en jardinería, me hizo un comentario desdeñoso sobre el albero. Me sentí insultado, como cuando alguien sin ningún motivo suelta una de esas blasfemias brutales propias de los arrieros y de los bárbaros del norte. Fue una revelación de hasta qué punto los descendientes de los turdetanos llevamos la amarilla roca de los alcores metida en el alma. El albero tiene algo de sagrado, de tierra prometida. Manuel Domecq Zurita, en sus memorias escritas por Carmen Oteo, Las lágrimas del vino (Renacimiento), cuenta cómo, cuando trabajaba en la empresa familiar en México, fue comisionado para que viajase a Sevilla y comprase albero de la Plaza de Toros de Sevilla para mezclarlo con la arena de un coso del país azteca. Para los mexicanos, individuos de una heterodoxa pero profunda religiosidad, era una manera de sacralizar un recinto por donde la muerte suele pasear. Y no les faltaba razón. Nadie en Sevilla, ni el más contumaz de los antitaurinos, concebiría un firme en la Maestranza que no fuese el albero traído de esa meseta que da lecho a pueblos fundamentales de nuestra geografía: Carmona, El Viso, Mairena y Alcalá de Guadaíra.

La jardinería sevillana, heredera de tantas tradiciones (romana, andalusí, renacentista, romántica...), no se entiende sin el albero. El gran error del fallido proyecto de la Alameda fue suprimir este firme por unas losetas amarillentas. Se mancilló así el que es considerado como el más antiguo jardín público de Europa desde que el Conde de Barajas lo construyese, en 1574, para ser el paseo principal de Sevilla. Ni en sus momentos de mayor decadencia, cuando fue solar del puterío y del narcotráfico al menudeo, la gran explanada de la Alameda había renunciado al albero. A los munícipes de progreso -IU fue la abanderada de la reforma- les debía molestar el polvo que mancha los zapatos y se cuela por las napias (son los mismos que, cuando se compran un chalet, se apresuran a enlosar el jardín). Y, sin embargo, qué precio tan barato a pagar cuando lo que pisamos y nos ensucia son los restos de los mares del Terciario.

Ahora, el Ayuntamiento ha firmado un acuerdo de mantenimiento, por 120.000 euros, para los caminos de albero de los jardines históricos de la ciudad. Es justo y necesario. Muchos de ellos están muy deteriorados y ponen en peligro la estabilidad del caminante. Sólo aprovechar estas letras apresuradas para rogar a nuestro cabildo que amplíe su preocupación a otras zonas verdes periféricas. Por ejemplo, el parque Celestino Mutis. No van los turistas, pero sí los sevillanos. De nada, señor delegado.

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