¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

Alfaqueques

RECORDARÁN los hipotéticos lectores que, hace ya algunos años, un grupo de intelectuales y gentes de progreso en general quiso quitarle a Jerez su apellido de la Frontera. Los lumbreras estimaban que el topónimo remitía a los violentos siglos de la etapa final de la Reconquista (para los que se puedan ofender servimos también el término invasión de los pueblos del norte) y que la ciudad bajoandaluza debía aspirar a ser el territorio donde se consumase el abrazo universal de paz perpetua que Kant soñó. La frontera, que en castellano lírico también se conocía como la Banda Morisca, fue uno de los territorios históricos más fascinantes que existió en Andalucía y, según el medievalista Rafael Sánchez Saus -que tan profundamente la conoce- sus actuales habitantes aún conservan algunos rasgos antropológicos de los peligrosos años en que moros y cristianos midieron allí sus fuerzas con el final de todos conocido.

Al igual que la frontera del oeste de Norteamérica, paradójicamente más conocida por nosotros debido a ese fenómeno globalizador que fue el western, la del Reino nazarí con Castilla estaba poblada por personajes curiosos y aventureros, sufridos hombres y mujeres de biografías tan azarozas como el más movido de los protagonistas de las novelas de Baroja. Entre ellos nos gustan especialmente los alfaqueques, que tenían paso franco a un lado y otro de la frontera y que servían para mantener un hilo mínimo de comunicación fundamental para el rescate de cautivos, cobro de deudas, correspondencia, etcétera. Estos trujamanes que vivían siempre en la zona incierta y gris de la frontera, que conocían la lengua y costumbres de los moros, que regateaban y negociaban para aliviar situaciones cotidianas, fueron la encarnación concreta, en una época y lugar, de una figura eterna y fundamental: el negociador anónimo y casi secreto que permite el encuentro entre grandes bloques aparentemente irreconciliables.

Quizás uno de los problemas fundamentales de la malograda undécima legislatura haya sido la falta de alfaqueques que permitiesen el encuentro, aunque sea en las pequeñas cuestiones, entre el PP y el PSOE; cuadros medios dispuestos a crear en la penumbra de un café o de un salón particular un clima de diálogo y reflexión para que los partidos sistémicos empiecen a diseñar la transformación política e institucional que España reclama. Ciudadanos quiso jugar este papel, pero en tiempos de guerra el alfaqueque es también un objetivo a batir.

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