La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El mejor refugio en pleno centro de Sevilla
A mi hermano Antonio, que es quien sabe de esto.
Entre el nacer y el morir sucede la vida, un asunto nada fácil. Lo sabe el recién nacido, quien encuentra en los brazos de su madre el inmediato consuelo que nunca necesitará ya tanto a lo largo de sus días como cuando esa trama que da comienzo sea cortada. Entonces, pese a la radical soledad de la muerte, nadie debiera sumergirse en ella sin la presencia cercana de un hijo, al menos de un ser querido, que le conforte y haga sentir que el duro camino ha merecido la pena.
El seno familiar, el hogar, ha sido durante milenios el lugar para nacer y morir. Hoy no es ya así, pero sin duda la familia sigue siendo el ámbito más adecuado para dar un sentido que vaya más allá de su fase presente y terrenal a esa vida de la que nadie puede apenas conjeturar el día siguiente. Un sentido que trasciende el tiempo que se nos ha dado como humanos porque la dimensión que podemos abarcar con la experiencia directa de la propia familia se nos queda estrecha y corta. A pesar del presentismo actual, quizá por eso mismo, es muy llamativo el interés creciente que despierta en tantos y tantos el conocimiento particular de los antepasados. De forma vaga, que se torna firme cuando adquirimos la suficiente información, intuimos que a través de la cadena de ancestros, familia en un sentido lato pero a veces más pleno que la contemporánea, podemos trascender el tiempo limitadísimo que nos ha sido dado. Esa familia invisible nos remonta generación tras generación hasta los límites de lo que llegamos a conocer o a saber de los que nos precedieron y nos inserta de ese modo en una vida que ya era nuestra sin haber participado en ella.
Por otra parte los descendientes abren la posibilidad de una proyección que lanza al hombre hacia horizontes temporales inimaginables, a perpetuaciones que no por sernos forzosamente ignotas son menos reales: ¿cuántas generaciones hace que la sonrisa de esa mujer que nos ilumina la mañana ha ido transmitiéndose en lo secreto con la misma seguridad que la fuerza de un carácter o la forma de unas manos? Así sucederá también con alguno de nuestros gestos, nuestra risa o el color exacto de nuestros ojos sin qué podamos saber ahora quién será el depositario ni qué rincón del planeta será testigo de esa recreación ciertamente misteriosa.
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