¡Atraco en Santa Justa!

A la estación conviene ir ya hidratado y evitar la estocada de 2,15 euros por la botella más chica de agua del mercado

Ticket de un bar de Santa Justa
Ticket de un bar de Santa Justa / M. G.

22 de junio 2022 - 04:00

Sevilla/En Sevilla hay sitios que exigen mejoras a gritos en los que, mientras se producen o no, podemos ir a peor. ¡Seamos pesimistas porque la realidad se pone a tiro! No tenemos tren para desplazarnos del aeropuerto a la estación de Santa Justa, como sí tienen hasta los jerezanos con un aeródromo bastante más pequeño que el de San Pablo. No tenemos un servicio de taxi asegurado al cien por cien en la estación en horas punta. ¿Cuántas veces no hay ni un solo taxi en la parada en torno a las 20:30 horas? Largan de la del aeropuerto, ¿pero qué me dicen de la Santa Justa? Ni uno hay justo a esa hora muchos días a la semana. A veces atribuimos la causa a que hay partido de fútbol, pero en otras no hay absolutamente nada similar.

Pues lo dicho: todavía podemos ir a peor. Ayer mismo, un servidor de ustedes pidió un café y una botellita de agua en la barra de uno de los bares de la estación. Al preguntar eso tan andaluz del qué se debe aquí, el camarero se perfiló como Ruiz Miguel ante un miura en sus mejores años. “Son 4,10”. Y se oyó un: “¡Joder!”. El ticket revela que la botellita de agua de 28 centilitros se vende a 2,15 euros. Y eso que había que ir a cogerla del expositor y no estaba ni fría. Y el simple café con leche a 1,95 euros, servido en vaso de cartón, por supuesto sin plato, con un palito de cartón en lugar de cuchara y con azúcar o sacarina que también se despacha uno mismo. Debe ser la inflación, oiga. De los precios... y del servicio. Hágalo usted todo que le vamos a cobrar lo mismo. O más. Menuda estocada en el lugar donde recibimos o despedimos a tantos viajeros. Sin duda lo más sangrante es el precio del agua. Un atraco en toda regla. Vayan a la estación de Santa Justa como se iba a las clases de los catedráticos serios: ya hidratados y pasados por el urinario. A la percepción de que la estación recuerda a todo menos a la ciudad de Sevilla –salvo cuando Cruzcampo despliega esas lonas publicitarias que da gusto admirar cuando se baja uno del vagón– se suman unos precios que provocarían el sopitipando inmediato de Rubén Sánchez, el de Facua.

Han quitado los trenes de primera clase, abaratan (o eso dicen) los precios de la alta velocidad, pero nos clavan las banderillas con el precio del agua como si hubiéramos llamado al servicio de habitaciones del Ritz. Conviene repetirlo. Una botellita de 28 centilitros a 2,15 euros es una pasada. ¿Cuánto cobrarán por una Coca-cola o por algún alimento sólido? ¡Viva la libertad de precios como viva, que nunca muera, la de expresión, faltaría más! Si al menos estuviera fresca, si al menos te ofrecieran un vaso, si al menos estuviera incluido el servicio de mesa... Qué borregos somos. Los precios siguen siendo de primera clase. El servicio, no.

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