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José / Ignacio Rufino

Baja autoestima, o 'Roselloni'

Juan Rosell tiene un mensaje con gancho para un colectivo de alto nivel de enojo, y lo lanza cada cierto tiempo

ÉRAMOS pocos y parió la abuela, dice el dicho. En la semana del aquí no ha pasado nada pero algo puede que sí haya pasado de Rajoy, cuando compareció ante la prensa en una grabación en una tele de plasma -galleguismo tecnológico-, el presidente de los empresarios españoles ha parido: "En España no hay seis millones de parados (...), la estadística sobre el paro, la EPA del Instituto Nacional de Estadística, no me la creo yo (...) hay 400.000 funcionarios que no hacen nada más que consumir bolígrafos y teléfono (...), si me dejas a mí la legislación laboral la cambio en una semana". Quién dijo miedo.

Ya llevaba tiempo Joan Rosell sin soltar ese tipo de boutades de alto impacto que su predecesor, el infausto Díaz Ferrán, convirtió en propias de un directivo de la patronal que se preciase. La débil afiliación de la alta patronal, el desapego hacia ellas del empresario pequeño y mediano, que ni tiene ni quiere relumbrón ni focos, convierte a la incontinencia verbal de Ferrán o Rosell en un rival del empresario en una tierra como la nuestra, en la que el empresario, desgraciadamente, sigue siendo para muchos "el que tiene lo que yo no tengo, un sujeto espabilado que sortea impuestos, innova poco y emplea poco, vive bastante de lo público y es una casta mayormente hereditaria". Con amigos como éstos, quién quiere enemigos. Descartado que el presidente de la CEOE ingiriera ayer viernes al alba licor de forma irresponsable, debemos platearnos por qué dice esas cosas alguien de su significación. Él, que en teoría representa al colectivo esencial para el renacimiento español, los empresarios. Platearemos aquí dos hipótesis: la de la falta de cariño y la de la rebosante ambición política.

Hipótesis 1. El papel de los empresarios en el corazón de la crisis no es precisamente lucido hasta la fecha. En gran parte arrastrados por una contracción crediticia y de consumo brutal, y en parte también por el efecto llamada al despido de una inoportuna reforma laboral, los empresarios españoles pelean por sobrevivir, salen al exterior, a veces desesperadamente. Y han conseguido la pírrica victoria del anhelado incremento de la productividad, pero sólo porque el denominador de dicha productividad -el número de trabajadores- ha caído a plomo, y no por la mejora en la gestión, en la innovación o en el uso de la tecnología. En este estado de cosas, lo más prudente sería que el que pasa por portavoz de los empresarios fuera moderado y constructivo en sus declaraciones. Pero ya llevaba callado mucho tiempo, y es amante de la notoriedad y el poder mediático -eso le pone, si no no estaría ahí-, está en una edad complicada, algo falto de dosis de titulares de prensa y apertura de noticiarios. Quizá preso de una falta de autoestima sublimada. Es sólo una hipótesis.

Hipótesis 2. Joan Rosell tiene una agenda oculta. Una agenda política. Quizá usted ha seguido leyendo hasta aquí algo irritado, porque en realidad está de acuerdo con las frases-flashes de Rosell: ni hay tanto paro (sino mucho sumergido); los funcionarios viven en general del cuento y del contribuyente; menos días de despido y más manos libres le metía yo a la ley laboral. Una forma legítima de pensar. Que comparte una franja no desdeñable de los mayores de edad españoles, que no tiene por qué estar nutrida de empresarios. Es decir, sus mensajes tienen tirón político: por una minoría podría empezar Rosell el camino de la política, su aspiración oculta. Un Roselloni, un Berlusconi español que recoge los restos del naufragio de una partitocracia corrupta. Un empresario de mensaje desabrido, simple, directo, algo faltón, desinhibido, amante de las polémicas de anestesia. Agua hipervitaminada para una maceta falta de riego: el votante. Es sólo una hipótesis.

Hay una tercera, pero mejor dejarla para otra ocasión.

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