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Bicheo por la TDT

fátima Díaz

Cambio ¿radical?

CABALGA entre el coaching y el docureality puro y duro. Ya no estoy gordo, de la MTV, tiene múltiples adaptaciones, tanto en España como sin salir de Estados Unidos. Su mérito es que estuvo entre los primeros. Aunque el reto personal de adelgazar es tan viejo como el mundo. Y nosotros, los espectadores, solemos ser 'carne' de impacto visual; eso del antes-después nos encanta. Por eso nos engancha y enganchará siempre , a pesar de lo sencillo del formato.

Los protagonistas de Ya no estoy gordo sueñan con ser otra persona, con reinventarse (casi experimentar una metamorfosis) y vivir su etapa -universitaria casi siempre- sin más obstáculos emocionales que los que ya llevan padecidos. El seguir el día a día de alguien que se reta a si mismo de esta forma hace que el espectador se torne expectante, deseoso de ver si lo conseguirá. Porque no siempre es así, sobre todo porque no son retos realistas. Pero el hecho de ver, alguna que otra vez, que logran vencerse a sí mismos (aún con ciertas dudas de si no habrá ataques sorpresas al frigo off the record) deja a cualquiera pegado al sofá.

El off the record, desde luego, es la única duda que nos asalta, porque lo que es la mecánica es sencillísima. Durante 90 días los participantes se someten no sólo a una severa dieta y a un entrenamiento personal (que pocos soportarían, a decir verdad) sino a un cambio de mentalidad, al menos en lo que a su relación con la comida se refiere, todo ello concentrado en capítulos de una hora de duración.

Un entrenador personal se presenta en sus casas, hace una limpieza de armarios requisando toda suerte de colesterol, grasas y azúcar en cualquier versión, y les da una pequeña charla para motivarles, intentando implicar a la familia. Muchos de nuestros protagonistas, esto llama poderosamente la atención, son fiel reflejo de sus propios padres que, aún teniendo exceso de peso, siguen fomentando una mala alimentación en sus casas. Unos engordan por aburrimiento. Otros se refugian en la comida por ansiedad, para cubrir carencias emocionales. La pérdida de peso suele ser proporcional al cambio de vida, y de mentalidad, que hagan.

En mi opinión, lo ideal sería conseguir una transformación a un nivel mucho más profundo: que su autoestima no estuviera supeditada a su físico. Que se comieran el mundo y todo les importara, francamente, un bledo. Pero eso no siempre es fácil y hay personas que sólo siendo o viéndose delgadas (o teniendo otra nariz o más pecho) aprenden a aceptarse y se sienten capaces de enfrentarse al mundo o a ese microcosmos que es el entorno de cada uno. Al fin y al cabo, adelgazarán 30 kilos pero el cambio no será tan radical.

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