DIJO Juan Merino tras el enésimo derbi ominoso para el Betis lo que hubiese dicho cualquier bético. Se confesó el linense con la siguiente frase: "En cada gol sentí como si se me hubiese muerto un familiar". Y lo dijo un hombre que sabe a qué sabe que se te vaya un ser querido en el fragor de un partido de fútbol. Y es que a Juan se le murió su padre en otra noche de frustraciones, la de aquel verano del 92 en promoción triste con el Deportivo.

Por su parte, Adán le pedía perdón a la muy numerosa infantería verde, blanca y verde por el espantoso ridículo, uno más, del equipo bético. Y, mientras, el bético de a pie, ese que sólo aspira a que su equipo gane alguna vez, o todas las veces, se pregunta que hasta cuándo este estado de cosas, hasta cuándo poniendo la otra mejilla, hasta cuándo soportar lo que algunos tildan de guasa cuando la realidad es que no es guasa que te metan el dedo en el ojo repetidamente.

El bético no puede hacer más, que bastante hizo con echarse a la calle para poner la primera piedra del desalojo del templo. Juan Carlos Ollero responde al retrato robot que se pide para presidente del Real Betis Balompié, pero ha de obrar con contundencia y sin estar mediatizado en una grillera como son las reuniones del consejo de administración. Lo último que necesita el Betis es que Ollero diga ahí os quedáis, pero motivos no le faltan para tan drástica decisión.

El bochorno del martes en el coliseo de Dato no sorprendió a nadie, el Sevilla está a la distancia que ha permitido la negligente dirigencia verdiblanca y el derbi ya no es lo que era. ¿Y eso es admisible en una institución tan rica en clientes?¿Volverá alguna vez el derbi a ser un asunto sin pronóstico fiable? Quién sabe, pero lo cierto y real es que el bético no se merece tamaña agresión y bien se haría en aparcar personalismos y pensar en el Betis en vez de en uno mismo.