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EL debate de política general en el Parlamento de Cataluña concluyó el jueves con un pacto entre el gobierno tripartito de Montilla y la oposición mayoritaria (Convergencia i Uniò), dificultosamente alcanzado, pero con un mensaje nítido: aviso de firmeza al Gobierno Zapatero. Quedaron fuera los partidos extra-sistema, PP y Ciudadanos. Me refiero a que están fuera no del sistema democrático, sino del sistema del nacionalismo catalán.

Que es lo que ha triunfado. La resolución no puede ser más rotunda: se insta al Govern a continuar negociando la financiación de Cataluña para que "esté esencialmente vinculada a los impuestos que pagan los catalanes" y para que permita "un incremento sustancial de los ingresos de la Generalitat y una reducción del déficit fiscal de Cataluña con el Estado".

Verde y con asas. No se acordó qué cantidad han de arrancar los negociadores catalanes del Gobierno de la nación -española-, pero está claro que se trata de que Cataluña reciba en función de lo que aporta a las arcas del Estado y de que disminuya el llamado déficit fiscal (que pagan muchos impuestos y reciben pocos ingresos). Es el discurso permanente de los nacionalismos ricos, el mismo de la Liga Norte de Italia, el que han defendido siempre Convergencia y Esquerra Republicana de Cataluña y han asumido sin titubeos en los últimos tiempos el Partido de los Socialistas de Cataluña y la Izquierda Unida de Saura. Dos partidos de izquierdas que han corrido que se las pelaban a abrazar la causa del nacionalismo.

Cuando Zapatero, escaldado de la apuesta nacionalista de Maragall que tantos disgustos le dio en el debate del Estatuto, decretó su caída en desgracia y su relevo por el charnego José Montilla, confiaba en que éste volvería suavemente al redil, actuando como freno a las exigencias de sus aliados de ERC e IC. No contaba con que Montilla presidente se reconvirtiera con tanta fe y celeridad, pensando más en sus intereses de gobernante catalán que en la ideología socialista y la concepción de una España solidaria que ambos decían compartir. Así está el tema.

La posición maximalista del Parlamento catalán será probablemente una fuente de frustración para sus ciudadanos, ya que el horno de la financiación autonómica no está para muchos bollos, aunque esto es secundario para un nacionalismo que vende frustración y agravio. Desde Andalucía, desde luego, hay que hacer lo posible por que se frustre efectivamente esa tabla reivindicativa. Más que nada porque es lo que interesa a Andalucía. Sería muy positivo, aunque no determinante, que todas las fuerzas políticas andaluzas hicieron piña al respecto. Pero eso no ocurrirá.

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