La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El teleférico, el talismán perdido
Cuando el vello se eriza y las lágrimas asoman es que ha aparecido la emoción. No puede ser otra cosa que la emoción, ese sentimiento que antier noche hizo estragos en mis adentros escuchando el alegato a la vida de Valentín García, compañero y, sin embargo, amigo. Fue una bocanada de aire puro en el corazón de un acto en el que nunca falta a cita el sectarismo de dividir a la sociedad en buenos y malos y donde el coco amenazante siempre es de derechas. Estábamos en la entrega de premios que anualmente la Asociación de la Prensa otorga a quienes tienen a bien sus mandarines y en esto que le llegó el turno a Valentín, un periodista que llegó de la madrileña Príncipe de Vergara a la sevillana González Abreu para ganarse en la SER un lugar al sol de Canal Sur. Y ahí, escuchándolo, es cuando la emoción me embargó para creer a pies juntillas que sí se va a curar.
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