Cosío y Crespo, un encuentro en el Cicus

El Cicus es hoy uno de los búnkeres donde resiste la cultura sevillana a la espera de mejores tiempos

08 de octubre 2020 - 02:31

Ala misma hora que se inauguraba el martes el centro comercial Way de Dos Hermanas, uno de esos campos de reeducación consumista que tanto éxito tienen en estos tiempos, en el Cicus se abría al público -con estricto protocolo Covid- la exposición Querido A., particular diálogo entre la pintora Silvia Cosío y el editor y crítico Alfonso Crespo, una de las mentes más lúcidas que ha dado la calle Carrión Mejías.

El Cicus, comandado por el historiador del Arte Luis Méndez, se ha convertido en uno de los principales refugios de la cultura sevillana en unos momentos en los que a la Junta ni está ni se le espera (el patriciato está siendo un páramo). No es cuestión sólo de dinero. Con muy pocos recursos, la Hispalense ha logrado que el edificio de Madre de Dios sea un lugar que la tribu cultureta sevillana reconoce como propio; algo en lo que tiene que ver su ambigú de selectos botellines pero, sobre todo, una programación centrada en apoyar a la maltratada creación local, sector quejumbroso por naturaleza (como los agricultores o los porteros), pero al que a veces le asiste la razón. Con el CAAC mirando a las musarañas y el sector de las galerías asfixiado por la pandemia, el Cicus es hoy por hoy uno de los búnkeres donde resistir a la espera de mejores tiempos. Prueba de ello son las dos muestras que ahora acoge, la ya referida de Cosío y Todo importa, de Alonso Gil.

A la espera de la crítica del maestro Díaz-Urmeneta (Dios nos libre de internarnos en la densa silva conceptual del arte contemporáneo) diremos a vuelapluma que Querido A. es una oportunidad para reencontrarse con el particularísimo mundo de Silvia Cosío, pero esta vez iluminado por la oceánica cultura visual de Alfonso Crespo, quien nos descubre ese abigarrado subsuelo de imágenes, esculturas, objetos, fotogramas, libros y teorías del que nace la obra de esta pintora de origen montañés, pero tan vinculada a la ciudad desde sus años universitarios.

La primera vez que coincidimos con Silvia Cosío, hace ya dos décadas, pensamos que era francesa. Quizás porque hablaba poco y muy bajo (algo raro en esta urbe de cotorras de Kramer, empezando por el menda), o quizás por su elegancia chic y rostro pálido. Después fuimos conociendo una obra que ha forjado contra todas las tentaciones y desalientos en los que la mayoría de los mortales solemos caer, con una contumaz vocación artística que está muy por encima de vanidades y especulaciones. Ahora es un placer revisitar algunos de sus cuadros, líricos e inquietantes a la vez, guiados por la sapienza del gran Crespo.

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