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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Cumbres casposas

¿La vida? Tal vez. Corrigiendo a Oscar Wilde dijo Woody Allen: "La vida no imita al arte, imita a la mala televisión"

Ni una Emily Brontë dada al gin, agobiada por las necesidades económicas y escarmentada por el tibio recibimiento de su Wuthering Heights (Cumbres borrascosas) que hubiera decidido a la desesperada escribir un folletín desmelenado, una novela gótica enloquecida, un melodrama descarrilado que se llamara Dandruff Heights (Cumbres casposas) y le procurara éxito y dinero gracias a la acumulación de truculencias, situaciones inverosímiles y desmadres emocionales, lograría alcanzar los extremos folletinescos que el reality show o telerrealidad está alcanzando en el paroxismo de lo que tal vez sea el inicio de su declive.

Hay madrastras crueles y madres desatentas, hijos no reconocidos por sus padres y padres rechazados por sus hijos, hermanos cainitas y hermanastros a la gresca, herencias malditas y patrimonios dilapidados, mansiones decadentes perdidas en lo remoto de los campos y muertes que provocan catarsis familiares, coincidencias asombrosas y golpes de efecto estupefacientes, infancias atormentadas que afloran ante audiencias atónicas, criados lenguaraces que delatan a sus señores, amas de llaves siniestras, caídas en la miseria y el olvido de quienes conocieron la riqueza y la fama, triunfo final de quienes lo tenían todo en contra, juicios y cárceles, seductores y seducidas, seductoras y seducidos, seducidas y abandonadas...

Las mansiones más célebres en las que se han desarrollado historias tremebundas, ya sea Wuthering Heights azotada por los vientos del páramo, Thornfield guardando el secreto de su torre, Satis House con su banquete nupcial cubierto de telarañas, Manderley custodiado por la señora Danvers, Baskerville House y su perrito, las ruinas de Brentwood con su puerta abierta, el hotel Overlook, el caserón de la desmejorada señora Bates y por supuesto la mansión de los Usher son lugares más alegres que algunas de las que aparecen en la telerrealidad; y lo que en ellas sucede no cede en pasiones desatadas y conflictos enrevesados a lo que en aquellas se vivían.

Dónde están los límites entre realidad y ficción, vida e interpretación, hechos y guión o persona y personaje en estas Cumbres casposas es un enigma bien guardado. Porque lo que se ofrece a los telespectadores es la vida misma vivida por personas reales. O algo parecido. Ya dijo Woody Allen, corrigiendo a Oscar Wilde, que "la vida no imita al arte, imita la mala televisión".

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