08 de febrero 2019 - 02:32

Qué de niños chiquetitos…", cantiñea sorpresivamente el poeta Juan Lamillar. "…cuántas mares puñeteras", añado, pues así seguía la cuarteta que se cantaba en el año catapún, cuando Sevilla celebraba su carnaval -y cuando, dicho sea de paso, tener niños incordiosos parecía sólo culpa de la madre que los parió-. Quedamos en un velador de Betis para prestarnos libros y charlar de literatura. Mala idea. Unos chaveas no paran de dar alaridos ante la indolencia progenitora. Hubo un tiempo en que dar la murga en Sevilla era muy otra cosa. Eso me han dicho. Que hasta la guerra la ciudad tuvo su carnaval, de ascendente gadita pero propio y singular, con su carrera oficial -de La Alameda a La Palmera, pasando por Campana-, su guasa endémica (y su reverso, el malaje), y unas murgas sevillanas muy características, cuyos integrantes dejaban salir por su boca lo que el El tío de la tiza y Mateo, entre otros, componían, y que después por lo visto se lo aprendían y cantaban de viva voz por cafés cantantes y cines de verano. No seré yo la que se ponga manriqueña y añore ningún tiempo pasado, pero saber que esta fiesta deslenguada, nacida de la gente y de los barrios, al bies tantas veces de las fuerzas vivas, tuvo en la ciudad su carácter propio da alegría en estos tiempos bisoños en los que hay que hablar con papel timbrado, y en los que el concepto de cultura popular llena la boca de los nostálgicos de aquellos coros y danzas de la Sección Femenina. Triste guasa: cierto culturetismo esnob desperdicia -por vulgar, claro- la tradición oral, la sabiduría popular, las formas de expresión cultural de la gente corriente. Mientras, la carcundísima se apropia y administra el folclore como instrumento político. Si nuestro vecino Demófilo levantara la cabeza.

Leo en este su diario que 17 comparsas, 14 chirigotas, un coro y dos grupos juveniles, es decir, un total de 35 agrupaciones sevillanas están cantando este año en el Falla. En estas fechas, hay ya jartibles aquí que -desoyendo a Fernando Villalón y a su división magallánica del mundo- vamos haciéndonos el cuerpo y el oído para ir a escuchar por las calles de la Viña los dardos lenguaraces de las callejeras. Después, muchas agrupaciones hacen sus bolos, y llenan en nuestra ciudad. En muchos pueblos de la provincia hay carnavales genuinos y muy principales, como el de Fuentes de Andalucía, Alcalá de Guadaíra o Carmona. Más nos valiera rescatar, si no aquellas murgas de la ciudad -sería forzado y falso-, sí al menos la buena costumbre de dejarnos decir y escuchar y carcajear y transgredir y criticar sin gravedad ni tanta mala fondinga. Y no esto otro a lo que tantas veces se reduce dar la murga en la angosta terraza de este bar. ¡Qué de niños chiquetitos!, ¡cuántas mares -y pares- puñeteros!

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