Postdata
Rafael Padilla
Neopuritanismos
Ocurrió antes de la pandemia, antes de que nuestro mundo se tambalease, por lo que parece que fue en otra vida, hace ya décadas y no apenas unos años: el vídeo de aquel joven devoto que entraba en trance al paso de la Virgen de los Dolores del Cerro del Águila, aquella grabación que se hizo viral y que fue acogida por los legos en la materia, los que no conocían el entorno de las cofradías y su particular fervor, también los que se incomodan con las expresiones afeminadas o fuera de la norma, los que recelan de la pluma, con perplejidad y escándalo. Aquella escena, y la reacción que desencadenó, avivaron una chispa en el director Jesús Pascual y en el productor Antonio Bonilla: dedicarían una película a retratar el papel de la comunidad LGTBIQ+ en las hermandades de la Semana Santa, convertirían en un relato emocionante y profundo ese cliché del mariquita que viste a las Vírgenes.
No pude ver ¡Dolores, guapa! en sus proyecciones en el Festival de Sevilla -durante el certamen los periodistas podemos cubrir la Sección Oficial y poco más- ni tampoco en el estreno en cines -justo esa semana, el coronavirus me obligó a encerrarme-, y la rescaté el otro día gracias a Filmin. La terminé con un nudo de emoción en la garganta, conmovido con su espléndida galería de personajes, su extraordinario material humano, enternecido por la generosidad de uno de sus protagonistas, Antonio, la Palomita de San Gil, devoto de la Macarenaque recuerda sus vivencias de un tiempo en el que ser diferente requería coraje, e ilustra con fotografías de su juventud y con alguna copla, pá que quiero mi alegría / pá que quiero mi alegría / si se ha muerto Joselito, su propia historia. En las secuencias de este documental que se ha quedado inmerecidamente a las puertas del Goya -sí ha sido nominada la estupenda A las mujeres de España, la reivindicación de María Lejárraga que firma Laura Hojman-, hay quienes se refugian del bullying o del rechazo en una iglesia, y encuentran allí el consuelo y la comprensión que el mundo les niega en una Virgen, o quienes dan cuenta a la talla de un Cristo de sus expectativas en los asuntos del corazón, y rezan como quien le susurra confidencias a un colega avanzada la noche. Con qué delicadeza e inteligencia filma Pascual la religiosidad popular, los vínculos que se crean en cada parroquia, los anhelos que mueven a sus protagonistas. Y resulta difícil contener las lágrimas en esa conversación que tienen dos amigos, Manuel y Bachi, que se preguntan si a Dios le importaría que "fueran maricas". Uno de ellos contesta entonces que en los Evangelios Jesucristo estaba junto a "los apestados, los leprosos, los marginados", del lado de "la gente que sufre". Que a los distintos, sugiere con esperanza, también les corresponde el Paraíso.
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