César Romero

Eh, Macarena

La mercantilización de la Semana Santa es inevitable, pero se deben evitar ciertos excesos

07 de junio 2019 - 07:12

En una lejana Feria de Abril, tan lejana que no existía el rebujito y la rumba aún no se había impuesto a las sevillanas como música que anima a arrancarse al más soso y va arrumbando (perdonen el fácil juego de palabras) el baile en pareja en favor del tribal, oyó uno en una caseta, quizá durante una hora que resultó una eternidad, una y otra y otra vez una rumba por entonces desconocida. Sí: la Macarena de Los del Río. Con una visión de futuro digna de un Nobel de Economía pense que aquel tema machacón, aparte de taladrarle los oídos, no llegaría a ningún lado. La historia es sobradamente conocida y ahí están Bill Clinton y los Estados Unidos y medio mundo para demostrar que mejor dedicarse a otra cosa y dejar los vaticinios.

Vaya esto por delante, porque puede que el invento triunfe y las ventas se disparen, y ya se sabe que un éxito comercial, en música, en literatura, en mecánica del automóvil o en política, automáticamente conlleva la canonización del producto exitoso. Si algo se vende mucho debe de ser bueno, porque no todos van a ser tan tontos, se piensa, aunque ahí estén los hechos, desde Hitler hasta Ken Follet, pasando por Los Pecos o Andy Warhol, para rebatirnos. Si la tienda que la Hermandad de la Macarena va a abrir en la calle Hernando Colón se convierte en una mina, muchos de quienes hoy la miran de reojo se olvidarán de sus reparos y se adherirán a las loas. Pero algo chirría en este negocio.

La Hermandad se ha apresurado a aclarar que todos los beneficios de esa tienda se dedicarán a obras sociales, por lo que sólo cabe desear su éxito. Aunque uno no puede dejar de acordarse de la parábola de los mercaderes desde que ha leído la noticia. Lejos de que los mercaderes hayan entrado en el templo pareciera que los mercaderes en verdad sean los dueños del templo. La mercantilización creciente de la Semana Santa es inevitable ante un acontecimiento que genera trabajo y bastante riqueza en la ciudad, pero exceder ciertos límites quizá vaya en su detrimento, no como manifestación popular o fiesta turística sino como encarnación de la fe que la sustenta y que los dueños del templo siempre subrayan, no sin reprimendas o admoniciones a quienes la desvirtúan o vacían de contenido religioso. Si estos dueños, pensando en el beneficio económico (sí, para un buen fin, nadie lo duda, pero económico) apoyan o autorizan que se abra una tienda para vender merchandising cofradiero en pleno centro de la ciudad, como si fuera un club de fútbol más, ¿qué autoridad tendrán para criticar que un tabernero desee abrir su bar en plena Madrugada o un comerciante use este mismo reclamo para sanear sus cuentas? Treinta monedas pueden aportar benéficas consecuencias materiales, pero ¿alguien en el templo ha calculado a cuánto puede ascender la factura espiritual?

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