Postrimerías

Ignacio F. / Garmendia

Elogio del libre albedrío

27 de enero 2015 - 01:00

NO parece un momento especialmente oportuno, rodeados como estamos de irracionalidad por todas partes, para defender ideas vagas o enredarse en debates bizantinos, pero si es cierto -la actualidad nos lo recuerda a diario- que el sueño de la razón produce monstruos, no lo es menos que la arrogancia cientifista puede conducir a extremos inhumanos. Ya ocurrió a comienzos del siglo XX con la fiebre de la eugenesia, impecablemente combatida por el inmenso Chesterton, y aunque algo hemos aprendido desde entonces sobre las consecuencias aterradoras que pueden tener los experimentos de ingeniería social, siempre hay sabios locos -por lo general respetables profesores de suaves maneras y sonrisa beatífica, nada que ver con los supervillanos de las historietas- dispuestos a hacer realidad las peores pesadillas.

Dicen los entendidos que el vasto ámbito de la neurociencia es uno de los más fecundos y prometedores de nuestro tiempo, pero leyendo acerca de sus avances o de otros ligados al campo, por definición inquietante, de la genética, nos asaltan serias dudas sobre la finalidad última de según qué investigaciones. "Podemos hacer que la gente sea más o menos honesta", sostiene un experto en neuroeconomía, quizá sin apercibirse de que ese menos -sumado al uso de la primera persona del plural- no nos deja precisamente tranquilos. Parece probado que los caracteres o incluso algunas conductas tienen una cierta base biológica, pero de ahí a predecir el comportamiento -no digamos a condicionarlo, como desearían los aprendices de brujo- media un trecho que podemos recorrer gracias a las distopías de las novelas.

A veces querríamos no saber tanto, si con ello abonamos una cosmovisión determinista que nos reduce a semovientes o medio esclavos. Algunos entusiastas de la ciencia consideran la filosofía, como las religiones o el lenguaje del mito, antiguallas prescindibles, pero no hay que apresurarse a enterrar el imaginario que, con sus luces y sus sombras, nos ha acompañado durante milenios. Puede que la libertad sea, como enseñan ciertas escuelas, una suerte de espejismo, pero hay ilusiones dañinas -que confunden, paralizan o nos desalojan del presente- y otras que actúan como poderosos estímulos. Incluso si algún día se demostrara que no existe nada parecido a un margen de acción para elegir, siempre será preferible, al angustioso concepto de la predestinación, el horizonte abierto del libre albedrío.

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