Espantos de resurrección

Estos espantos de la Resurrección nos quitan la fe y nos devuelven al lúgubre Cristo yacente de un Salzillo

20 de abril 2022 - 01:47

Tal vez sea que la memoria se vuelve incolora. Pero uno no recuerda que los creyentes se felicitaran la Pascua con el alborozo que ahora se estila (por ejemplo vía WhatsApp). Para el cristiano no hay más luz que la de la cera de abejas del Cirio Pascual, que anuncia a Cristo Resucitado. Es lo que da sentido a su fe y lo aleja de la inhóspita tumba pasajera del Sábado Santo, sobre cuya desesperanza han escrito bellos pasajes el judío ateo George Steiner y Benedicto XVI.

Nos arroban las pinturas de iconos sobre la Anastasis, donde Cristo aparece fulgente, ataviado de blanco, que no es un color, sino la suma de todos ellos. Los griegos ortodoxos, como los de la vieja Constantinopla (así lo evoca el escritor de novela negra Petros Markaris), celebraban la Resurrección en los hogares ya perdidos, en barrios como el de Tatavla o Fener, donde era costumbre hacer descascarillar los huevos pintados de Pascua. En el arte bizantino Cristo redivivo refleja con fina belleza la victoria sobre la muerte. Todo lo contrario de la estética española sobre la Resurrección. Aquí Trento no nos trajo demasiada fortuna.

La tarde del Domingo de Resurrección, mientras chirrían las pisadas sobre la cera de las calles, nos imbuye de una nostalgia indefinida, entre el roto del tedio y una vaga vigilia de consuelo interior. Por eso no entiende uno la iconografía semanasantera del Resucitado de Santa Marina. Nos causa una especie de lisérgico embarazo ver a un nazareno por las calles a poco de que comience la primera corrida de toros del ciclo de abril. De ahí que evitemos en lo posible el encuentro con la talla de Buiza.

Nos contaba aquí Diego J. Geniz que en el pueblo sevillano de Coripe, durante el Domingo de Pascua, tras la procesión del Señor Resucitado se produce la popular salva de escopetazos en la llamada Quema de Judas (el discípulo felón, convertido en muñecote de paja y rociado con gasolina por dentro, es reventado a balazos para que arda y se queme como Dios manda). Por toda España se suceden estrafalarias celebraciones de la Pascua, como la del Gozoso Encuentro en el Ferrol entre Cristo y María.

En Badajoz, sobre todo, observamos perplejos las célebres carreritas entre el Resucitado y la Virgen, como las que tienen lugar en Villanueva de la Serena o en Arroyo de San Serván, donde este año el Señor se cayó de bruces del cielo al suelo por un resbalón de los porteadores.

Estos espantos de la Resurrección nos quitan la fe y nos devuelven al lúgubre Cristo yacente de un Salzillo o de un Gregorio Fernández. La estética fiestera de la Luz Eterna merecería otra cosa.

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