Eduardo Osborne Bores

Esperando a Podemos

La tribuna

09 de noviembre 2014 - 01:00

LAS últimas encuestas confirman la eclosión de Podemos de este nuevo Pablo Iglesias, ratificando el magnífico resultado obtenido en las elecciones europeas de la pasada primavera. Es probable que la propia dinámica de nuestro sistema electoral acabe por modular su impacto real en las urnas cuando corresponda, pero ya nadie duda de que un nuevo partido ha irrumpido en el panorama político español, a modo de extraño en el paraíso del bipartidismo imperfecto (y tan imperfecto, dirán algunos) que ha venido caracterizando la política española casi desde la transición.

Lo primero que conviene dejar claro es que este movimiento (el más interesante y arriesgado de nuestra política en años) no parece tan efímero como algunos, en su soberbia, alegremente pronosticaban. Y digo movimiento y no partido, porque Podemos no es un partido al uso. Es algo más, y por ahí hay que tirar del hilo de su éxito. Podemos es una marca, un fenómeno mediático bajo un liderazgo carismático, un proyecto probablemente irrealizable, pero también una actitud, un desafío, un grito de ira en la oscuridad de estos tiempos de miserias y pobredumbre.

El mensaje ha sido clave en este éxito, no sabemos cuán efímero. Un discurso radical, contestatario, rupturista, enviado a través de medios ágiles y eficaces, con una utilización pionera de las nuevas tecnologías aplicadas a la política. Un discurso radical sí, pero escrito con buena prosa y utilizando argumentos defendibles en la pelea dialéctica de las tertulias televisivas, de entrevistas en el prime time en las que se mueven como pez en el agua. Pablo Iglesias y sus colaboradores más próximos son doctores en Ciencia Política y se nota no sólo en el manejo de conceptos clave de la política clásica, sino en la forma de dirigirse a una sociedad frustrada.

En tiempos de desigualdades crecientes y salarios menguantes, las invocaciones al aprovechamiento de los recursos en beneficio de la comunidad, al papel protector del Estado, a la crítica al capitalismo financiero con un guiño a los principios de economía humanista del venerado José Luis Sampedro, son bien acogidas por unos destinatarios, no necesariamente jóvenes ni comunistas, hartos de los abusos y componendas de unos partidos políticos superados por unos niveles de corrupción sencillamente insoportables.

No son tanto las ideas lo que ilusiona de Podemos cuanto su capacidad de oponer un planteamiento nuevo y fresco ante un sistema agotado integrado por unos partidos y unos políticos y agentes dependientes de los mismos ajenos a los problemas de los ciudadanos, agrupados bajo el exitoso apelativo de la casta. Esta transversalidad en la crítica los aparta de la manida dialéctica derecha-izquierda, para situarse en un estadio nuevo, no explorado hasta ahora, que propugna nada menos que el cierre por derribo del edificio institucional levantado por la Constitución del 78.

El hecho de que un movimiento de estas características, y en menos de un año, haya llegado a enganchar a tanta gente, constituye un acontecimiento en la política española y abre numerosos interrogantes. ¿Cómo quedará la configuración de la izquierda, entre la desorientación que sufre el PSOE y la pérdida de peso que se atisba en IU, el primer arrollado por este tren? ¿De verdad le viene bien el éxito de Podemos al Gobierno y a su presidente, como sostienen algunos, en puertas de perder la batalla de Madrid a sólo unos meses de las generales? ¿Afectará a la gobernabilidad de la nación, acaso la aportación más valiosa del bipartidismo?

Todas estas preguntas no tienen una respuesta clara, de ahí el miedo (pánico, en algunos casos) y la prudencia observados en los representantes del resto de los partidos al ser preguntados por el resultado de los sondeos. Lo que sí parece claro es que la irrupción de Podemos va a suponer un antes y un después en el desarrollo de nuestra democracia, y va a obligar a los partidos, sobre todo a los grandes, a ser (y parecer) más transparentes y participativos, y a resolver con más determinación los muchos casos de corrupción que pesan sobre sus espaldas.

Y para finalizar, cabría preguntarse, ¿tiene futuro un proyecto como el de Podemos, en el sentido rupturista en que está concebido, más allá del corto plazo y una vez que las nubes de esta crisis se vayan alejando? Yo tiendo a pensar que no, principalmente porque la tradicional moderación en el voto de los españoles y los efectos de un sistema electoral proporcional pero de vocación mayoritaria rebajarán su efecto real en las urnas. Pero también porque en Podemos se da la paradoja de que en esa visión idealista, transformadora, que los ha catapultado quizá se encuentre su principal inconveniente. Aristóteles decía que la política es el arte de la pragmática. Pablo Iglesias, por lo que se ve, ha leído más a Platón.

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