La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Icónica, la nueva tradición de Sevilla
La tribuna
POCOS días después de las elecciones del pasado diciembre, escribí en esta misma Tribuna que había quebrado el régimen político instaurado en la llamada "transición a la democracia": el régimen construido sobre un bipartidismo de la alternancia entre dos partidos que han compartido durante casi cuarenta años un mismo modelo de sociedad -la sociedad de mercado-, una misma visión de lo que sea la democracia -la democracia liberal-, una visión unitarista de España -frente a su consideración como Estado plurinacional-, una misma política atlantista de pertenencia a la OTAN y de continuidad de las bases norteamericanas en España, una misma aceptación de la subalternidad ante las instituciones de la globalización (FMI, BM, Comisión Europea) y la consideración de la monarquía como una de las piedras angulares que daría estabilidad a todo ello.
Quebró el régimen político porque el resultado de esas elecciones, y de las siguientes de junio, hacen ya imposible su reproducción: ninguno de los dos partidos tiene posibilidades de seguir gobernando el uno (PP), o de sustituir a este y cumplir la alternancia el otro (PSOE) porque ni existen mayorías absolutas ni son posibles, como antaño, los apoyos de partidos-muleta que aúpen a uno u otro al gobierno. La única posibilidad de que gobierne uno de ellos es ahora que el otro lo facilite… pero entonces se descubriría ante los ojos de los ciudadanos la ficción de que existen realmente dos alternativas diferentes, una de derecha y otra de izquierda, y no, como es más cierto -más allá de las autodefiniciones-, que se trata de dos variantes de un mismo modelo.
Para garantizar la estabilidad del sistema (económico-social) ya no sirve el régimen político del turnismo bipartidista porque está agotado. La corrupción en instituciones, las puertas giratorias, el dramático avance de la precariedad, la pobreza y la exclusión social, los recortes constantes… han alejado de los dos partidos a un porcentaje muy alto de quienes antes los apoyaban. Por eso, las fuerzas fácticas financieras, empresariales y mediáticas españolas, y las grandes instituciones económico-políticas de la globalización, vienen presionando desde hace meses para que se forme un gobierno de concentración, explícito o implícito, lo que implica que el PSOE apoye, o facilite, un gobierno del PP. Que antes o después esto iba a suceder estaba cantado, con la única duda de cuánto tiempo y cuánto nivel de presión serían necesarios para vencer la resistencia de quienes, dentro del partido que fundara hace más de cien años Pablo Iglesias, se aferraran al imposible objetivo de mantener el régimen político vigente desde 1977 oponiéndose a apoyar a su adversario.
Es en este marco como hemos de analizar la guerra civil que se ha desatado en el PSOE. Es como se explica que la baronesa doña Susana y la mayoría de los otros barones hayan declarado la guerra a Sánchez, no después de las elecciones vascas y gallegas sino tres días antes de celebrarse, para que el fracaso del partido fuera aún mayor y la posición del secretario general quedara aún más debilitada. Porque es falso que a éste se le quiera defenestrar (es decir, tirar por la ventana) por sus resultados electorales sino porque se resiste a apoyar con la abstención a un gobierno del PP. Las fuerzas del sistema han decidido que es esto lo que hay que hacer -¡por responsabilidad, claro!- y sus corifeos, entre los que se incluye Felipe González, han indicado a Susana Díaz que ha llegado la hora del golpe de mano para marchar sobre Ferraz utilizando, ay, como arma decisiva la que dicen ser la fuerza de Andalucía (en realidad, del partido en Andalucía, donde ha logrado crear un régimen monopartidista: clientelar y anulador de la sociedad civil y de la conciencia política andaluza).
El esperpento que protagonizan ahora los líderes (?) y lideresas (??) del PSOE, tirándose a la cabeza los estatutos, escondiéndose llaves de despachos y acusándose mutuamente de querer destruir el partido con ilegalidades y golpes de mano, es el último acto de ese teatro que nos montaron desde el día siguiente de las elecciones de diciembre. Sánchez, y algunos con él, han resultado más duros o tozudos de lo que muchos preveían. Por eso hay que eliminarlo, sin congreso, referéndum ni otros trámites. Debe bastar con una revuelta de notables. Así, el PSOE del bipartidismo alternante está cumpliendo sus últimas horas. Aunque afirmarán lo contrario, los golpistas no desean, ni por asomo, reconstruir el partido como alternativa al régimen que finaliza sino como parte, ya explícita, del nuevo régimen político que garantice el Sistema. A partir de ahora, todo quedará más claro.
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