César Romero

Frankie Palaces

Los músicos saben desde hace decenios que donde esté el inglés que se quiten todos los idiomas

08 de octubre 2020 - 02:31

Los españoles no sabemos vendernos. Desde la noche de los tiempos. Ahí está el descubrimiento de América. Lo hacen los yanquis y nos endosan mil películas y novelas, todas épicas. O nuestro mayor patrimonio: el español. En cualquier otro idioma, lo mismo nos parece siempre mejor. Hasta español suena mal a muchos, que dicen castellano, como si ofendieran con el nombre hoy más acertado, pues la mayoría de hablantes son hispanos a quienes Castilla les queda muy lejos. Alguien invoca a una Rafaela o una Federica y se piensa en pueblerinas con medias por las rodillas y almocafre en mano. Pero oye estos nombres a un italiano y, ah, se aparecen atractivas misses que nos hablan con el embaucador y llano acento transalpino. O vemos al elegante Obama dar un discurso y se nos va desprendiendo el belfo, aunque diga cuatro aseados tópicos, con buena retórica eso sí, pero qué bien suenan en inglés. No hay color.

Por mucho que los chinos fabriquen tres cuartas partes de cuanto consumimos, les falta algo para dominar en verdad el mundo: un idioma (bueno, algunos dirán que disponen del encriptado de los teléfonos móviles; no es lo mismo). Igual hace milenios que aplican ventosas para curar males o aliviar dolores, pero carecen del término cupping para vendernos lo que matasanos entonces no aplaudidos usaban como remedio casero. Y qué decir de ese descubrimiento reciente, que está haciendo furor: el breading. O sea: mojar el bollito de leche o la tostada en el café del desayuno o la merienda. A ver cuándo los angloparlantes fríen pan y hacen eso que tiene el eufónico nombre de picatoste, aunque en inglés seguro que suena mejor, y deja menos aceite en la superficie del Cola-Cao. Otra práctica que ahora están descubriendo muchos es el sundrying, que, pese a las apariencias, nada tiene que ver con tender la ropa al sol, que eso es una ordinariez propia de primeras escenas de trilogías novelescas nacionales, y consiste en que la ropa recién lavada se oree al amor del sun, al que dieron la bienvenida The Beatles nada menos, no un puñado de falangistas con bigotito encarándolo con esa fanfarronería tan española. Anda que a un español se le iba a ocurrir correr para atrás, y que lo tachen de imbécil. Si acaso hará retrorunning, que es muy bueno para la motricidad. La única marcha atrás que aquí se practica, o practicaba, es el súbito método anticonceptivo al que algunos deben su paternidad, biológica.

Quienes se dedican a la música saben desde hace decenios que donde esté el inglés que se quiten todos los idiomas. ¿El francés? Ya ni con Carla Bruni cantándole al amor. Si tres chavales de Triana forman una banda y la llaman Mauri y los pajaritos terminan tocando en Benidorm para jubilados, pero si firman Mauri&Little birds puede que acaben fotografiados cruzando un paso de cebra. En Londres, no en El Arenal, donde asentaba su arte Paco Palacios, El Pali. ¿Dónde hubiera llegado de llamarse Frankie Palaces? ¿Dónde?

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