La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El teleférico, el talismán perdido
Arrastrado que fue el último toro de San Isidro, poco duró la orfandad de esas tardes sin señuelo televisivo. Muerto el toro se acabó la rabia, pero apareció el Mundial y ahí andamos, con tres o cuatro partidos diarios. Ya no son las dos horas largas de la corrida, sino una sesión en la que no existe la solución de continuidad, con lo que aquello del sillón ball cobra vigencia para lanzar el colesterol chungo a cotas ciertamente peligrosas. Un Mundial es el fútbol llevado a lo sideral, la gran fiesta de lo que se dio en llamar lo más importante de las cosas menos importantes que registra la vida. El fútbol aparece en unas sobredosis que ayudan al adormecimiento de una sociedad que no sabe ya a qué carta quedarse viendo cómo es el comportamiento de unos gobernantes sólo interesados en agarrar la cuchara al precio que sea. Más fútbol, por favor, que no decaiga.
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