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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Gallito, un héroe hecho de palabras

Hubo un tiempo en que todo el mundo hablaba de toros a todas horas, incluso los que nunca pisaban una plaza

Al leer el artículo que Luis Carlos Peris publicó el sábado para conmemorar los cien años de la muerte de José Gómez Ortega Gallito (Joselito el Gallo en el nomenclátor ferial), comprendimos definitivamente por qué el toreo fue la gran épica popular, el cantar de gesta de la España del XIX y buena parte del siglo XX, hasta que el football y el automóvil impusieron su nuevo pulso moderno y anglocabrón (como le gustaba decir a García Serrano). No podía ser de otra manera. Las glorias indianas de los conquistadores ya quedaban muy lejanas y las guerras del momento, tanto las coloniales como las civiles, arrojaban un tristísimo saldo que poco facilitaba la recreación legendaria. Sin embargo, esos héroes surgidos del pueblo que eran los toreros, que se jugaban la vida a diario y se enriquecían de una manera obscena, sí lograron satisfacer las ansias de épica y oro que las sociedades de todos los tiempos tienen y que ahora, en los meses del coronavirus, se materializa en los sanitarios. Antaño, la tauromaquia jugó en España el papel que el Far West en la América gringa o las hazañas de los casacas rojas en la Inglaterra imperial.

"He olido a cera", cuenta Peris que dijo un subalterno de Gallito en el patio de caballos de la plaza de Talavera, señal de mal fario en el mundo taurino. Y a partir de ahí todo se precipita como una tragedia griega de la que ya sabemos el final, pero nos aferramos hasta el último minuto a la posibilidad de un imposible milagro. Como estaba escrito, Bailaor corneó a José en el vientre para convertirlo en leyenda. Héroe que no muere se queda en simple valiente.

Hubo un tiempo en que todo el mundo hablaba de toros a todas horas, incluso los que nunca pisaban una plaza. No hacía falta, porque el toreo era un género literario, tanto escrito como, sobre todo, oral. Nos lo dice don Antonio Machado en su poema Del pasado efímero, hermoso retrato de un indolente labrador español: "Sólo se anima ante el azar prohibido,/ sobre el verde tapete reclinado,/ o al evocar la tarde de un torero…". También lo vemos en esa escena de Juncal, la serie de Armiñán, cuando el limpiabotas Búfalo y el maestro narran al alimón aquella gloriosa tarde de toros, en el Puerto de Santa María, en la que el segundo vistió de nazareno y oro y arrancó a la banda las notas de El gato montés. Ole. Muchos taurinos, tribu cada vez más escasa, siguen teniendo ese don de la narración. Son los bardos de un mundo ya ido, capaces de transmitir la tensión máxima del hombre ante la muerte. Es lo que hizo el otro día Luis Carlos Peris en su artículo, que se escuchaba más que leía. Pasará el tiempo y puede que ya no exista la Fiesta, pero siempre se hablará de Gallito, un héroe hecho de palabras.

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