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García de Vinuesa

Quizás un sencillo homenaje, en forma de placa recordando al alcalde, no estaría de más

Un recuerdo y homenaje al alcalde de Sevilla que murió en la epidemia de 1865, atendiendo a sus vecinos. Las décadas centrales del siglo XIX, de tan buen recuerdo en las crónicas sevillanas, por la llegada del ferrocarril, la construcción del Puente de Triana, la edificación del Teatro San Fernando, la puesta en marcha de la Feria de Abril y el impulso romántico de las procesiones de Semana Santa, entre otros sucesos, tuvo su cara sombría en las sucesivas epidemias que azotaron a la ciudad, que quedaron reflejadas en los estudios médico-topográficos que publicó Philip Hauser. Entre ellas, los brotes de cólera que normalmente entraban por el puerto, como la terrible de 1833, que contagió primero a estibadores trianeros, después a su barrio y a toda la ciudad.

Este mes de octubre que tanto nos aprieta por los contagios del Covid-19, quiero recordar a don Juan José García de Vinuesa, alcalde de Sevilla, que murió contagiado de cólera un día como hoy, el 26 de octubre de 1865, atendiendo a sus vecinos. Un alcalde a las duras y a las maduras, que fue regidor desde 1859 hasta el día de su muerte, con Isabel II en el trono de España y que tuvo buenos momentos en la Casa Grande, con las mejoras ya enumeradas y otras como la apertura de la Plaza Nueva, con proyecto del arquitecto Balbino Marrón. Una ciudad necesitada de amplias plazas arboladas que tenía la urgente necesidad de sanear sus calles y barrios, en la mejor corriente higienista de aquellos momentos y formalizada por los primeros urbanistas. Un impulso de gobierno que aquel alcalde no dudó en traducir en mejoras concretas desde la Alcaldía y desde años antes como concejal. Su capacidad de gestión y visión de futuro, acreditada en el campo empresarial y financiero, con su compañía naviera y la participación en la creación del Banco de Sevilla, la puso al servicio de nuestra ciudad. Descentralizó servicios municipales a los distritos y puso en marcha la demolición de las antiguas murallas, medidas todas ellas recomendadas en aquellos años, para hacer más salubres a las poblaciones, principal preocupación en una Sevilla golpeada por las epidemias, hasta el punto de considerarla como una ciudad altamente peligrosa para vivir, con índices de mortalidad extremos como el 48 por mil en el año del cólera que mató a nuestro protagonista. Cuentan algunas crónicas que hubo que utilizar las lonas de las casetas de Feria para montar campamentos de emergencia en Triana y el Prado. Ésa era la Sevilla que dio cuerpo a un gran mito, Carmen. Entre la novela (1845) de Prosper Mérimée y la ópera de Georges Bizet (1875), los sevillanos lo pasaron mal.

Es sabido que los concejales del Ayuntamiento de Sevilla, cuando estaba Juan José García de Vinuesa de cuerpo presente, reunidos en Pleno extraordinario, acordaron rotular con su nombre la antigua calle del Mar, que era donde vivía. Quizás un sencillo homenaje, en forma de placa recordando al alcalde en su propia calle, no estaría de más.

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