Gestas

Para saber quién es un héroe no hay más que mirar a ras del suelo, y no solamente a los pedestales

12 de septiembre 2022 - 01:50

La nao Victoria-su réplica, claro está- arribando al puerto de Sevilla impresiona. Es ver su ligero armazón y ver, entender, casi tocar, el tamaño de aquella gesta. La otra noche, el 8 de septiembre 500 años después, se oyeron en el Alcázar los nombres de los 18 marineros (aventureros, espadachines, supervivientes a toda costa) que regresaron tres años después de haber partido en busca del paraíso de las especies y para inaugurar, tal vez ignorándolo, lo que Martínez Shaw ha llamado la primera globalización de la Historia. Se oían los 18 nombres y era tentador imaginar todas esas vidas, qué los había llevado a un viaje que en ninguna medida tenía asegurado el regreso y cómo fue la vuelta, qué encontraron en hogares y familias, qué glorias u olvidos les deparó el destino. Lluvia de almendras, la novela de Guillermo Sánchez, que fabula sobre algunos de esos protagonistas, ya para siempre instalados para vivir o morir en una de sus paradisiacas islas, habla de los que no volvieron. La Historia ha estudiado casi todo, pero queda aún mucho por imaginar desde la profunda admiración que esas vidas nos provocan. Durísimas, arriesgadas, perras vidas, aunque hoy les soñemos un final feliz. O trágico, pero con el tamaño de lo heroico.

Tal vez sus contemporáneos no los vieran igual. Tal vez la vida fuera tan difícil en general que no había lugar para considerar héroes a los vivos y menos al prójimo cercano. Enterramos divinamente -incluso hacemos duelos exagerados a monarcas extranjeras- y nos partimos el pecho con ese pasado tuneado por fantasías nada inocentes la mayor parte de las veces. Pero ¡ay!, los héroes si no vienen triunfados de casa -copyright de Isaac Rosa- no parece que nos provoquen precisamente admiración. Preferiríamos no verlos. Para salvar a su familia Ahmed se vino hace cinco años de Siria donde era profesor de literatura; ahora trabaja cuarenta horas, aunque cotiza veinte en una tienda y, para su gozo, al fin ha podido alquilar un piso a su nombre; antes nadie lo quería como inquilino. Miriam ha dejado tres hijos en Nicaragua, con dolor, a los padres de las criaturas, a los que manda casi íntegro su jornal. No los añora, más bien teme que se beban lo que debe servir para sacar adelante a la prole. Ha vivido en un piso compartido sin papeles ni contrato; hoy, al fin, la han dado de alta en una casa donde cuida a una anciana siete días de la semana menos una tarde. Fátima no ha sido repatriada porque vino a punto de parir en la patera. Solamente sobrevivieron otro hombre y ella. Ninguno quiere decir el nombre de su país. Omar ha huido de una tierra donde naciones democráticas van a mandar a sus selecciones nacionales de fútbol. Es homosexual. Para saber quién es un héroe no hay más que mirar a ras del suelo, y no solamente a los pedestales donde la Historia -y no siempre- ha subido a unos cuantos.

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