FERIA Toros en Sevilla hoy en directo | Morante, Castella y Rufo en la Maestranza

Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Lanza en astillero, adarga antigua

Ciudad Real tiene aeropuerto, pero no venden periódicos en la estación

No vimos ni un minuto de la coronación del nuevo rey de Inglaterra. Estábamos citados con la reina madre. Yo fui un tiempo príncipe de Redonda. Mi madre, Maruja Naranjo Ciudad, cumplió 18 años el día que nació Javier Marías, a quien le pido prestada esa corona apócrifa. Llegamos sus cinco hijos desde Málaga, Sevilla y Valencia para dejar sus cenizas en el cementerio de Ciudad Real, junto a su abuelo Augusto y los míos, Andrés y Carmen. Llegué el primero al camposanto. El despacho de Julián, uno de los sepultureros, fue la consigna de mi módico equipaje. El cementerio está muy cerca de la puerta de Toledo. Soy el único de los cinco que nació en esa ciudad, la de mi madre, que bajó con la barriga, su reino de Redonda, desde Galicia para dar a luz con los suyos. Los dos siguientes nacieron en Puentes de García Rodríguez, As Pontes, industriosa villa coruñesa bañada por el río Eume. Los dos restantes llegaron en Puertollano, Faro Industrial de La Mancha. La nebulosa de la reconquista manchega la aclaran dos fechas: en 1962 estábamos todavía en Galicia, porque allí nace Blas, el que ha sido depositario de las cenizas maternas. Las de mi padre se convirtieron en simiente cerca de Reinosa, en el valle del Pas. El otoño de 1963 ya debíamos estar en la panadería de mi abuelo Andrés porque recuerdo perfectamente la pena telefónica, el habla contrita de una de mis tías enterada por su interlocutor del atentado contra John Fitzgerald Kennedy. JFK marca la frontera de tiempo entre Galicia y La Mancha, entre Rosalía y Dulcinea. Fueron llegando los hermanos, ellos en coche, yo en el tren, sin periódicos, porque a las ocho de la mañana no habían abierto la tienda de santa Justa. Nos acompañaron mis tías Tere y Encarni, hermanas de mi madre, y mis primos Mari Tere y José Andrés, que nos hizo una pequeña visita por el coqueto cementerio. Vimos estremecidos el busto de Reina Rincón, José Tomás de nombre, un prometedor torero manchego al que con 22 años asesinaron en Perú cuando hacía la temporada americana. Recogí el equipaje en el despacho de Julián y nos dirigimos al hotel Doña Carlota. Dicen que Ciudad Real es la capital de provincia que menos turistas visitan. Tiene una calle el comendador Fernán Gómez de Fuenteovejuna. En la Plaza Mayor había un centenar de turistas rompiendo esa estadística, que hacían fotos a uno de los reclamos de la ciudad: en las horas en punto, se asoman a un balcón Cervantes con un libro, don Quijote con lanza en astillero, adarga antigua para que nadie se desmande, y Sancho Panza con una jarra de vino y un pan bajo el brazo. Su Ínsula Barataria es un consulado del reino de Redonda, que pese a los vínculos de Marías con Oxford no pertenece a la Conmenwealth. A Camila deberían ponerle La boda del siglo, la parodia nupcial del Peña y el Masa en el Carnaval de Cádiz. Rowan Atkinson, Mr. Bean, les daría su visto bueno. Mis hermanos volvieron en coche y yo en tren. Ciudad Real tiene aeropuerto, pero no venden periódicos en la estación. Otro viaje sin prensa. A mi lado, una chica que venía desde Zaragoza le daba el pecho a Andrés, que me regalaba una sonrisa de ángel de Murillo con su año, dos meses y dos dientes asomándole por la comisura.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios