La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El 'inquifatuo' de la Moncloa
LA abuela de Fernando Pessoa sufrió un extraño caso de locura que los médicos llamaban "locura rotativa". Durante toda su vida, Pessoa vivió angustiado por la posibilidad de volverse tan loco como su abuela. "Una de mis complicaciones mentales -escribió a los 19 años- es el miedo a la locura, lo cual ya de por sí es locura". Pero Pessoa acabó sufriendo frecuentes trastornos psíquicos, a los que llamaba "ondas negras", y quizá de esas ondas negras nacieron Álvaro de Campos y Bernardo Soares y Ricardo Reis, todos esos dobles -o triples, o cuádruples- que habitaron en su mente hasta que una cirrosis hepática se lo llevó de este mundo a los 47 años.
Me he acordado de Pessoa y de la locura rotativa de su abuela al darme cuenta de que esta noche se juega la final de la Copa del Rey, ya que todo el mundo está pendiente de la más que probable pitada al himno nacional por parte de las hinchadas del Barça y del Athletic de Bilbao. Si no ando equivocado, este país tiene cuatro millones de parados, un fracaso educativo descomunal, cientos de miles de familias en situación más que precaria y un montón de problemas que deberían resolverse de forma urgente. Pero aun así, hay gente -mucha gente- que sólo se preocupa de pitar al himno español durante la final de un trofeo de fútbol, y para eso ha comprado silbatos y matasuegras y todo el arsenal de los juerguistas borrachos que dan la murga en las comidas de navidad. Sin duda alguna este país sufre un caso agudo de locura rotatoria, igual que la abuela de Pessoa, y anda sumido en una de esas profundas "ondas negras" que acosaban al poeta en su casa de la rua Coelho da Rocha, en Lisboa.
¿Es que no hay otras cosas más importantes que hacer y que pensar? ¿Es que no podremos librarnos jamás de esa obsesión identitaria que acabará siendo tan peligrosa para nuestra salud mental como las ondas negras que arrastraron a Pessoa al delirium tremens? Una de las pocas cosas inteligentes que he leído sobre este asunto la ha dicho el lehendakari Urkullu, que ha propuesto interpretar los tres himnos -el vasco, el catalán y el español- y respetarlos a todos por igual. En un país sano, es decir, cuerdo, esta solución sería la más normal para contentar a todo el mundo, y así evitar un agravio que puede encrespar los ánimos en unos momentos en que nos conviene a todos mantener la calma. Pero por supuesto nada de esto se hará. Se tocará el himno nacional. Y habrá una vergonzosa pitada. Y una vez más la vieja locura rotatoria se habrá apoderado de nosotros.
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