AHORA que Radio Nacional también se ve (sus programas principales pueden seguirse a través de la webcam en rtve.es) he descubierto, como presentía, que cuando entramos en los territorios de la madrugada no hay oferta comparable a la que nos ofrece La noche en vela (el magacín que presenta Pilar Tabares entre las doce y las tres). Me he acostumbrado a verles, además de escucharles. Me he aclimatado al confortable ambiente que se respira en el estudio 101 de RNE. Y busco, comparo, zapeo. Y por paradójico que parezca, resulta que no encuentro en ninguna de las latitudes televisivas unos contenidos que atrapen tanto mi interés como los que convoca en cada una de sus entregas esta especialista en radio musical.

El programa de Pilar Tabares es punto de encuentro de gentes vinculadas al mundo de la cultura. En los últimos días, mientras escuchaba a Juan Pastor, responsable de la Sala Guindalera hablar del licor de guindas que comparten a la salida de la función; o al alma de la Sala Clamores, Germán Pérez; o al agitador cultural José Guirao y a tantos otros hablando de artes y letras, me preguntaba si acaso algo así, si un formato así no era justamente lo que estaba pidiendo a gritos mi alma de espectador desasistido y a dieta de un buen producto al que agarrarse durante esas últimas horas del día.

Se pregunta mi cabecita qué pasaría si La 2, por ejemplo, conectase en esa franja horaria con La noche en vela, con la misma naturalidad con la que La 1 conectaba hace una década con Los desayunos de RNE. Los tiempos cambian. Y no es cuestión de añorar el vinilo para valorar el digital, sino de asumir que la cohabitación es un hecho. La radio no pierde un ápice y, encima, gana la televisión, con contenidos semejantes. La radio se ve. Y se siente así más.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios