José / Ignacio Rufino

Mercadona, a contracorriente

el poliedro

La empresa ha repartido en forma de variables una cantidad equivalente a la mitad de sus beneficios en 2013

08 de marzo 2014 - 01:00

LOS números son difícilmente contestables, más allá del prejuicio o la fobia contra la empresa y la clase empresarial. Mercadona presentó el jueves sus cuentas del año 2013, pasen y vean: la empresa ha mantenido e incluso mejorado sus beneficios con respecto al año anterior, en una situación aún de pobre consumo; previamente a reportar esos 515 millones de ganancia, los 74.000 empleados de la compañía, todos fijos, habían recibido la friolera de incentivo variable o prima salarial de 257 millones (una media de 3.600 de extra para cada trabajador, me invento una ratio: el variable en Mercadona es justo la mitad de sus beneficios, no suena nada mal...). Salarios aparte, Mercadona deja en el camino 1.500 millones en las arcas públicas concepto de impuestos. El presidente, Juan Roig, reconoció el jueves que para que la gestión pública y el gasto público sean eficaces (cumplan sus objetivos) deben ser antes eficientes (hacer buen gasto, y no despilfarrar), y que si se va en esa línea, las empresas tendrán que "pagar lo que haya que pagar". Mercadona, como es sabido, mantiene un nivel salarial que es la envidia de muchos trabajadores por cuenta ajena, y no digamos de una gran legión de desempleados, particularmente de aquellos con escasa formación (1.400 limpios cobra una cajera en la empresa). En una semana en que las conciencias exteriores, como Christine Lagarde, del FMI, vuelven erre que erre a recordarnos que lo urgente y inexcusable es reducir los salarios, hasta la inanición del consumo y más allá, Mercadona no sólo propone que otro mundo de relaciones es posible, sino que deja con el trasero al aire a los otros oráculos, estos interiores, como la CEOE: si la empresa tiene sentido estratégico y está bien gestionada, la productividad redunda en el bolsillo de los trabajadores: no todo es bajada de sueldo y costes laborales en la viña de la productividad y la competitividad. En esto, Mercadona parece más alemana que española. Pero también lo parece en una de las claves de su éxito: su formación en el puesto y los sistemas de organización.

Mercadona dedica del orden de seis meses a formar, cobrando, a sus nuevos empleados. La compañía, por otra parte, tiene unos sistemas neotayloristas de organización y coordinación de las tareas que, como decimos, suena a weberiana y germánica más que al tópico caos creativo mediterráneo. Ahí probablemente radica buena parte de ese baile de números tan fructífero para las partes. Un empleado de la compañía líder en distribución comercial de España, que le enseña la matrícula a grandes grupos franceses o alemanes, es una persona sometida a presión en el trabajo: el procedimiento, el control de tiempos y movimientos, la férrea supervisión del coordinador son la contrapartida a un estatus salarial y de ventajas laborales que, parafraseando a Carpentier con desvergüenza, podría hacer exclamar a un mercadono: "Mi sueldo no es de este mundo", este devaluado y poco productivo mundo mundo laboral español. "Pero lo mío me cuesta", también podría decir.

Hace dos años Roig fue puesto a los pies de los caballos por haber dicho que los chinos sí que se esfuerzan, y no nosotros, y por eso nos va como nos va; dijo además que la reforma laboral era cortita. Este año ha adoptado un papel más marketiniano y de verdadera responsabilidad social, y además lo ha hecho con las cifras de su parte: un compromiso social principal de las empresa debe ser con sus trabajadores, y el movimiento del compromiso se demuestra andando salarios y condiciones laborales. A ver si más actores principales de nuestro panorama económico asumen que con la contracción salarial que no cesa no se puede esperar un benéfico aumento del consumo interno, sino lo contrario. Con el fantasma de la deflación tras la puerta, da cierto alivio ver que hay empresas que, por su cuenta y riesgo, practican otra forma posible de política.

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