La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Millones a la basura

Su poca calidad está relacionada con su escasa independencia: los partidos quieren propaganda

Rtve costará 472 millones en 2021 y aumenta a 1.128 millones su presupuesto, informaba ayer el compañero Francisco Andrés Gallardo. Y no deja de perder audiencia y credibilidad. Podía caer con gloria, es decir, cumpliendo los fines propios de una televisión pública: ofrecer las mejores películas, obras de teatro, series, conciertos y programas de debate social, cultural y político objetivos e independientes. Calidad, independencia y divulgación deberían ser sus tres pilares. A los que se tendrían que sumar el apoyo a la creación audiovisual y -ahora más que nunca, cuando agoniza a causa de los cierres o restricciones de aforo- acuerdos con teatros y salas de concierto para retransmitir óperas, representaciones teatrales y conciertos (como ha hecho -por una vez acertando- Canal Sur con el Cosí fan tutte del Maestranza).

En una televisión pública, y ello vale también para las autonómicas, incluida "la nuestra", las audiencias no deberían ser lo más importante. Se financian con dinero público para crear un espacio de independencia y calidad. Su poca calidad está relacionada con su escasa independencia: los partidos -todos, sin excepción- quieren que tengan las más altas audiencias posibles para que les sirvan de propaganda. Y así las cadenas públicas entran en las estrategias de las privadas renunciando a los fines que les son propios.

Quien tenga tantos o más años que yo recordará los ciclos de cine de la 1 y la 2 de TVE -desde Cine Club a La noche del cine español o ¡Qué grande es el cine!-, los programas de debate como La clave de Balbín, las producciones propias como Historias para no dormir, Pequeño estudio -con guiones originales de Gala, Ruiz Iriarte o López Rubio y adaptaciones de Unamuno, Sender o Delibes- y Novela -con las emisiones de El jugador, El conde de Montecristo, Ana Karenina, David Copperfield, Jane Eyre, Las bostonianas, La pequeña Dorrit, La abadía de Northanger o Emma- y, por supuesto, los Estudio Uno que a muchos nos descubrió al Ionesco de El rinoceronte, al Chéjov de La gaviota, al Ibsen de Peer Gynt, al Camus de Calígula o al Rose de 12 hombres sin piedad. ¡Y en el Pardo estaba quien estaba, ojo! No deduzcan de ello que una buena televisión pública -entonces única- bien vale un caudillo, que no voy por ahí. Pero sí deploren que la televisión pública de la democracia sea infinitamente peor.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios