La ciudad y los días

Carlos Colón

Los Negritos, piedra angular

QUIÉN le había de decir a los orgullosos cofrades del Santo Crucifijo de San Agustín que recibía culto en el convento que le dio nombre, extramuros de la Puerta de Carmona, la más devota imagen de la Sevilla renacentista y barroca, aquella a quien la ciudad se encomendó en 1649 para que la librara de la terrible epidemia de peste y a la que el Ayuntamiento hizo voto perpetuo de Acción de Gracias por el celo con que cumplió el encargo, que su poderosa hermandad habría de extinguirse en el siglo XVIII; y que su milagrosa imagen habría de quedar sin cobijo tras la desaparición del convento, ser acogida por la modesta parroquia de San Roque y finalmente perecer cuando en 1936 la incendiaron.

Quién le había de decir a los orgullosos cofrades de aquella hermandad citada por el mismísimo Cervantes, entre los que figuraban los nombres principales de Sevilla, que había de sobrevivirles su modesta vecina, la hermandad de los morenos como de antiguo se la conocía, que pagaba esforzadamente todos los años 12 ducados y seis gallinas al marqués de Castellón por los tres solares que desde 1550 ocupaba -y en los que hoy sigue viviendo- casi frente al convento de San Agustín, al que pasó a pagar dicho tributo desde 1722 hasta su extinción, para atender las necesidades físicas y espirituales de los últimos entre los últimos, los negros esclavos y libertos. Y hasta es injusto decir que le sobrevivió, palabra que significa seguir viviendo tras un determinado suceso pero también vivir con escasos medios o en condiciones adversas, porque la hermandad de los Negritos, como hoy se conoce a la de los morenos, no sobrevive: vive con una pujanza que confirma que en las cosas de Dios las piedras desechadas por los arquitectos se convierten en las angulares.

Piedra angular de la imaginería sevillana es su portentosa imagen del Cristo de la Fundación, que Andrés de Ocampo esculpió en 1622 como si diera cuerpo de dolor al Oficio de Difuntos de Tomás Luís de Victoria. Piedra angular de la Semana Santa es su cofradía entera -bandera inmaculista cada nazareno, duelo de faroles mortuorios y gloria de ángeles de oro con rostro de marfil- que cada Jueves Santo le recuerda a Sevilla, por si alguien lo ha olvidado, qué se está conmemorando y qué umbral de temor y de temblor se traspasa esa noche. Y piedra angular de las hermandades sevillanas es su hermandad que este año, como todos, celebró ayer el franciscano jubileo de la Porciúncula y hoy -cuando sólo la Virgen de los Reyes parece atreverse a desafiar las calores y los vacíos de agosto- dedica Función Solemne a su Señora de los Ángeles.

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