Nueva cepa, viejos hábitos

Media Europa se mete en el caparazón pero aquí seguimos adelante. "Nos vemos el 26", ha dicho Juanma Moreno

22 de diciembre 2020 - 02:31

Si su deseo es pasear tranquilamente sin que el mundanal ruido distraiga sus elevados pensamientos, le daremos un consejo: evite los fines de semana la rive gauche de la dársena del Guadalquivir, convertida desde hace tiempo en una zona de ocio, es decir, en un catálogo de molestias visuales y acústicas. Hay que esperar a los días entre semana para poder caminar en paz bajo sus almeces, escuchar lejano el piano de las clases de ballet en el antiguo Murillo o contemplar los curiosos naranjos de Luisiana y los yates del Club Náutico. Porque, llegado el mediodía del viernes, todas estas sencillas bondades se desvanecen para dar paso al estruendo cubatero, a la pura excitación afteroffice, a la música macarrónica que invita más a la práctica del trenecito y el perreo que al deambular sosegado de los cincuentones malajosos. La incapacidad del sevillano contemporáneo de divertirse sin una sobredosis de decibelios y sin ensuciar y degradar el paisaje urbano es digna de estudio. Ahora, en estos días navideños, la ribera izquierda ha aumentado sus "capacidades de ocio", que diría un "gestor de lo público", con una pequeña calle del infierno a la que no le falta su noria gigante y su tiovivo de dos plantas. Allí, los sevillanos, gira que gira, esperamos la llegada de la nueva cepa sajona del virus con una alegría que aún no sabemos si es valentía latina, irresponsabilidad meridional, acarajotamiento generalizado o fatiga pandémica después de nueve meses cabalgando el Covid-19. Es como si hubiésemos decidido provocar la inmunidad de grupo a las bravas, entre los carajillos de la merienda y el ritmo del chunda-chunda con Rives. Viejos hábitos prenavideños que adquieren ahora una dimensión tragicómica y nihilista, al igual que las orgías de los falsos gurús previas a los apocalipsis de pega, pero con esa gazmoñería tan propia de nuestra ciudad, sin los encantos del gran desmadre final, disfrazados de pastorcitos y aflamencando la voz.

Estas líneas no pretenden ser una filípica, sino un acta notarial de lo que se ve con sólo darse un paseo por la orilla izquierda del río. Media Europa se encierra en su cascarón, pero aquí preferimos darle al problema una patada hacia adelante, cruzar los dedos y esperar a que el Almax y el ibuprofeno alivien los excesos de las Pascuas. Es una opción y quizás no salga bien. O no. Pero que nadie se engañe. "Nos vemos el 26 y hablamos", ha dicho el moderado Juanma Moreno vestido de esquiador. El virus ya ha puesto a enfriar una botella de la Veuve Clicquot. Un festín así lo merece. El cava catalán que se lo beba el feo de Puigdemont, habrá pensado.

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